—¿Qué? —Alex me mira y luego mira la puerta. Mi corazón empezó a latir rápidamente y mi piel se erizó por completo. Lo único que puedo pensar es en Aye. Por instinto miro hacia atrás, donde Lucas y Gaby bajaban de su auto, y saco mi arma de mi bota — ¿Qué haces? —indaga confundida.
—Lucas —le señalo la puerta con la cabeza.
Él me mira, mira la puerta y vuelve a mirarme, pero esta vez observa el arma que llevo en la mano; comprende lo que pasa y saca su arma, al igual que Gaby, aproximándose a nosotros.
—Al auto —les dice Gaby a Sole y Erik. Ellos miran la escena con confusión—, ahora. Llama al 911 —ordena. Yo me adelanto y siento una mano en mi muñeca.
—No —súplica Alex. Solo niego con la cabeza y me zafo del agarre, yendo rápidamente a la puerta; él no entiende, es mi hija la que está ahí.
—Lina —vocifera Lucas. Tampoco hago caso y me adentro a la casa; lo escucho como maldice, y en segundos lo tengo detrás de mí—. Ponte atrás —ordena, colocándome a su espalda.
Sabe que voy a seguir adelante, por ese motivo no trata que salga de la casa.
Detrás de mí siento la mano de Alex en mi espalda, y veo a Gaby que se adelanta, posicionándose al lado de Lucas.
Toda la casa es un desastre, mis ojos no dan crédito a lo que están viendo, los sillones destrozados, adornos rotos por todo el suelo, cuadros y fotos desparramados. Me está costando demasiado respirar; sigo adelante, pero ya no con cautela, corro pasando de largo a los demás, quienes escucho que me gritan, pero no hago caso. Llego a la cocina y estoy a punto de perder la conciencia por lo que estoy observando. Mis piernas no responden, mis manos están sudando, mi cabeza da vueltas y mi arma está pesando en mis manos. Esto no puede estar pasando.
—Mierda —gruñe Lucas.
—Por Dios —murmuró Alex.
—Puta madre —maldice Gaby.
Mis padres están atados, cada uno en una silla con la cabeza agacha, amordazados y golpeados, muy golpeados. Mis peores pensamientos se cruzan por mi cabeza.
—¡Mamá, papá! —grito, corriendo hasta ellos. Los zamarreos, pero no responden; los chicos se unen a mí y empiezan a desatarlos, mientras sigo llamándolos, agitándolos y gritándoles, preguntándoles por Aye. Ella no está por ninguna parte.
—Oh, no —balbucea Sole, dando a saber que ya están los dos adentro.
Llevamos a mis padres a la sala y los acomodamos en los sillones, ellos empezaron a reaccionar ya balbucear.
—Dany —balbucea mi madre.
—¡¿Dónde está Ayelén?! —grito, zamarreándola.
—Lina, cálmate —Alex me toma de la cintura, dándome la vuelta para abrazarme y calmarme; esta vez eso no va a funcionar.
Lucas se acerca a mí y con cuidado toma el arma, la cual todavía llevaba en mi mano. Mi madre empieza a llorar y Gaby trata de calmarla. Mi padre, como puede, se acerca a ella y se abrazan. Yo miro la escena sin poder creerlo, y todavía sin saber nada de mi hija. En ese momento suena el teléfono de la casa, todos dejamos de respirar y nos miramos.
—No —le dice Lucas a Sole, quien iba a levantar el tubo.
Él teléfono suena hasta que fue la contestadora quien atendió.
—Hola, Lilith —se escucha a través del aparato—; Sé que estás ahí. Creo que te conviene levantar el audífono —Dany.
Sabía que este día llegaría, pero no pensé que iba a ser de esta manera. Miro a Alex, quien me miraba con pesar, y luego miro a Lucas, quien asiente; él sabe que debe levantar el tubo.
—En alta voz —me indica.
— ¿Dónde está mi hija? —es lo primero que digo cuando atiendo.
—Nuestra hija querrás decir, mi amor —habla con sorna.
—No es tu hija, es mía. habla; dime dónde m****a la tienes, o te juro...
—No, Lilith; sabes que cuando haces un juramento siempre tienes que cumplirlo, y ese juramento que quieres hacer, me duele. De verdad, me duele muy adentro de mi ser.
—Basta de estupideces. ¿Dónde está?
—Está conmigo, soy su padre...
—¡No lo eres! —interrumpo en un grito. Alex me toma fuerte con su brazo para darme su apoyo en silencio.
—Sí lo soy, no lo niegues.
—¿Qué es lo que quieres? —me resigno a preguntar; si peleo con él no voy a llegar a ningún lado, y lleva una ventaja en este estúpido juego.
—Bien, veo que ahora sí podemos llegar a hablar como personas civilizadas —entona con cinismo.
—Deja de dar vueltas —refuto, frustrada.
—Te quiero con nosotros —exclama. ¿De qué m****a habla?
—¿Qué?
—Quiero que estemos los tres juntos; nuestra hija, tú y yo. Una familia —expresa.
—Estás completamente loco.
— ¿Por querer a mi familia conmigo? —pregunta con sarcasmo.
—Vas a volver a prisión, hijo de puta —vocifera Lucas, sin poder aguantar más el estar callado.
— ¿Lucas? ¿Cómo estás? Lamento lo de tu padre, era un buen hombre; lástima que eso fue lo que lo llevó a su muerte.
— ¿De qué m****a estás hablando? —inquiere Lucas.
—Me costó muchos billetes verdes para que el borracho lo pasara por arriba. Si tu padre no hubiera metido su culo en donde nadie lo llamó, hoy estaría vivo; bueno, en realidad me iba a vengar por lo que le hizo al mío, pero que va —explica cómo ese accidente en realidad no lo fue.
—Voy a matarte —gruñe Lucas con la respiración errática.
—No lo creo. Ahora, volviendo a lo mío, Lilith...
—Deja de llamarme así —escupo sin paciencia.
—Antes te gustaba —ironiza.
—Nunca me gustó —murmuro.
—Lilith, estás perdiendo tiempo. ¿Vas a unirte a nosotros, o no? —inda-ga, claramente cansado.
-No; Quiero a mi hija —balbuceo.
—Oh, vamos, mi amor. ¿Esto es por ese gringo? ¿El que te trajiste de Estados Unidos? ¿Al menos sabe quién eres? ¿Le contaste lo que hacías? ¿Lo que hacíamos? ¿Cómo te gustaban tus trabajos? ¿Cómo disfrutabas torturando a las personas? ¿Lo sádica que eras? Como...
—Basta; Voy a matarte —interviene Alex.
—Sí, sí, muy tierno de tu parte; pero eso no va a pasar, y todos los presentes lo sabemos —esboza Dany con desdén.
—Eso ya lo veremos —masculla Alex entre dientes, apretando un puño al lado de su cuerpo.
—No la conoces como yo, no sabes quién es, lo que hizo...
—Sí la conozco, sé quién es —segura.
—No creo que ella te haya hablado de todo lo que hizo.
—Sí lo hice, sabe lo que hice, quien soy —afirmo.
—Interesante; de todas formas, es irrelevante eso ahora. Lilith, te queda poco tiempo, te estaremos esperando —dice a punto de cortar.
—¡Espera! —grito—. ¿Adónde? ¿Dónde está mi hija? ¿A dónde tengo que ir?
—Me conoces, sabes dónde encontrarme, siempre fue así.
—No, no sé dónde ir —musito a punto del llanto.
—Todos los caminos conducen a Roma —cita—; y otra cosa, espero que no tenga que aclararte que tienes que venir sola —dicho eso, corta la llamada, dejándonos a todos sin poder hacer o decir nada.
¿Dónde carajos tiene a mi hija?