Gaby se dirige a tomar una soga y yo al baño a cambiarme. Cuando salgo, tomo un lugar a su lado, que todavía está haciendo cruzadas con la soga; agarro una también y me dispongo a imitarlo, él me mira de soslayo y sonríe, y al ver que hago lo mismo empieza a hacer los saltos más rápidos. ¡Maldito soberbio! Pero gracias a mi tozudez, esa que Alex no se cansa de recalcar, apresuro los saltos acoplándolos con los de él. El muy maldito puso más velocidad, voy a darle una buena paliza en el ring; al ver que intento seguir su rapidez y falla estruendosamente, suelta carcajadas de gozo.
—¡Idiota! —le grito, cuando sale corriendo al ring, sin dejar de reír.
Lo sigo y subo al cuadrilátero, me pongo en un costado para que el entrenador me ponga las vendas.
—¿Te cansaste? —se guasa el morocho, riendo desde la otra esquina.
—Que el miedo no te haga ver cosas.
Nos acercamos al medio del cuadrilátero y él me tira un beso, provocándome, diciendo con ese gesto que ya tiene la pelea ganada. Imbécil. E