Capítulo 102-Lina

Gaby se dirige a tomar una soga y yo al baño a cambiarme. Cuando salgo, tomo un lugar a su lado, que todavía está haciendo cruzadas con la soga; agarro una también y me dispongo a imitarlo, él me mira de soslayo y sonríe, y al ver que hago lo mismo empieza a hacer los saltos más rápidos. ¡Maldito soberbio! Pero gracias a mi tozudez, esa que Alex no se cansa de recalcar, apresuro los saltos acoplándolos con los de él. El muy maldito puso más velocidad, voy a darle una buena paliza en el ring; al ver que intento seguir su rapidez y falla estruendosamente, suelta carcajadas de gozo.

—¡Idiota! —le grito, cuando sale corriendo al ring, sin dejar de reír.

Lo sigo y subo al cuadrilátero, me pongo en un costado para que el entrenador me ponga las vendas.

—¿Te cansaste? —se guasa el morocho, riendo desde la otra esquina.

—Que el miedo no te haga ver cosas.

Nos acercamos al medio del cuadrilátero y él me tira un beso, provocándome, diciendo con ese gesto que ya tiene la pelea ganada. Imbécil. Empezamos a dar vueltas sin que ninguno de los dos tirara el primer golpe.

—Vamos muñeca, no vinimos a bailar —me provoca.

—Como si supieras bailar —le aguijoneo.

—Esto es un ring, no una conferencia de prensa. ¡Pelén! —nos grita el entrenador.

Miro a Gaby y le dedico una sonrisa, seguido de un derechazo que le propino en la mandíbula y que combina con un gancho.

—Vamos, muñeco, ¿o quieres bailar, mejor?

Él tira un upendor y llego con lo justo a esquivarlo, pero por el impulso que tomé, casi caigo, sin embargo, consigo equilibrarme, aunque no puedo esquivar un combinado.

—No quiero dejarte muy marcado, trata de esquivarme —se burla.

Con eso ya me hizo enojar, siento como toda la sangre hierve en mis venas; me abalanzo hacia él con una patada alta, dejándola caer en su sien, y luego una baja en sus costillas.

—Qué paliza, Gaby.

Giro la cabeza hacia la voz, ya que no era del entrenador, y siento un golpe en mi estómago.

—Ian, no la distraigas, que no quiero que se lleve la gloria tu puta boca —le grita, después de golpearme.

Llego a barrerlo y le hago una llave; Lo tengo así por varios segundos.

—¡¿Te gusta abajo, cariño?! —le grita Ian a Gaby.

—Te gustaría estar atrapado entre estas piernas —Por su estúpido comentario, hago más fuerte el agarre—. ¡Ahhhh! —grita, y se escucha la carcajada de Ian.

—No te conviene decir eso, mientras estás entre las piernas de una mujer —se burla Ian.

Gaby logra salir de mi llave y se incorpora de un salto. Intento barrerlo de nuevo, pero con otro salto me esquiva; me incorpora, tomando una distancia prudente de él. Seguimos peleando por unos quince minutos más, en donde terminamos exhaustos y tendidos en el medio del ring.

—Lo haces bien, mujer —habla Ian, acercándose a nosotros.

—Por supuesto que sí —suelto con arrogancia.

—Te patearon el culo —ríe, palmeándolo a Gaby.

—La déjé que me golpeóa un poco, para que no se sintiera mal.

—Deja de llorar Gaby, esta mujer siempre te ganó. Tuvo un buen entrenador —argumenta el entrenador, guiñándome un ojo, mientras se acercaba para quitarme las vendas.

—Lo tuvo —asiente Gaby, al tiempo que nos miramos, diciéndonos muchas cosas.

—¿Usted la entrenó? —le pregunta Ian al entrenador.

—No, hijo —responde y me mira—; Fue Lucas.

Ian me queda mirando por un segundo, y sé que no sabe cómo seguir.

—Voy a la ducha, otro día te hago besar la lona —le digo al rubio, mientras me levanto y me dispongo a caminar.

—No peleo con mujeres —dice a mi espalda, y esas palabras hacen que me paren en seco.

—No deberías decir eso —murmura Gaby.

Me doy vuelta y lo miro fijo a los ojos.

—¿Cómo dijiste?

—No golpeo con mujeres —repite.

—¿Por qué no?

—Porque un hombre no debe agredir a una mujer.

—¿Acaso tiene miedo que una mujer le gane, señor Russel? —aguijoneo levantando una ceja, y con cada palabra doy un paso más cerca de él.

—No tengo miedo, Lina; no podría temerle a una mujer —contesta con una media sonrisa.

—¿Por qué no? ¿Acaso no nos cree un buen oponente? ¿No crees que una mujer te pueda tirar al suelo? 

—Eso nunca pasó, ni va a pasar. Es imposible. Ninguna mu...

No lo dejo terminar; le agarro la mano y le hago una llave, tirándolo de estómago a la lona poniendo una rodilla en la espalda y estirando su brazo hacia mí.

—Disculpa, pero no escuché lo último.

—Mierda, Lina; no es chistoso —dice con los dientes apretados.

—Nunca subestimes a una mujer —le susurro, y lo suelto.

Me levanto y retomo mi camino a las duchas.

—Duraste menos que yo —se carcajea Gaby.

—Idiota —masculla Ian, y escucho como las risas de los demás se unen a la del morocho.

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