Mi mamá entró unos cinco minutos después con una pastilla en la mano.
—No te enojes. Cariño, necesitas dormir. Todo este trabajo que estás haciendo no te está ayudando en nada, ahora lo más importante es que descanses y dejes que tu cuerpo se recupere. —Suplicó, extendiéndome lo que supuse era una pastilla para dormir.
Suspiré. Demonios, Mia.
La tomé, prometiéndole que me la tomaría en cuanto terminara esa tarea de matemáticas. Aceptó de mala gana y se fue, dejándome terminar. La dejé sobre la mesita de noche, sin intención alguna de tomarla porque necesitaba estar alerta; no podía darme el lujo de dormir ahora.
Me puse los audífonos y seguí trabajando, no paré hasta que vi una figura frente a mí. Me los quité de inmediato y me eché hacia atrás en la cama, alejándome lo más posible. Mi cuerpo se quejó por el movimiento repentino y solté una mueca de dolor. Ni siquiera sabía quién era, solo reaccioné por puro instinto, y cuando por fin pude enfocar bien, me congelé.
—¿Qué carajos haces