Las horas pasaron como un borrón y el amanecer de aquel día no trajo luz, sino un resplandor metálico que parecía venir de los helicópteros sobrevolando la ciudad.

El aire estaba cargado, denso, como si el concreto mismo contuviera la respiración.

El mundo se había convertido en un campo minado de titulares, y en el centro del caos, el nombre de Cyrus Cross brillaba como un emblema caído.

“Magnate en la cuerda floja: presuntos vínculos con red militar y contrabando internacional.”

“El escándalo Cross amenaza los cimientos del poder corporativo.”

Los noticieros repetían su rostro, congelado en una mezcla de serenidad y furia, mientras analistas discutían su posible arresto.

El país entero esperaba su aparición.

Y él, contra todo consejo, había decidido no esconderse, iba a dar la cara porque no era un cobarde.

El vestíbulo principal del edificio Cross se transformó en un escenario.

Cámaras, micrófonos, luces blancas que con su resplandor herían los ojos.

Un mar de periodistas que olía