El sonido del teléfono rompió la noche como un vidrio que se quiebra. Alejandro se incorporó de golpe sobre la cama del cuarto de huéspedes, con la respiración cortada; su mano buscó la pantalla como quien busca un faro. No había querido darle a Valentina el gusto de dormir juntos esa noche y, sin embargo, ahora esa distancia le dio la libertad de atender la llamada sin su vigilancia. En la pantalla apareció el nombre de Sergio.
Contestó sin preámbulos.
—¿Sergio? —dijo, con la voz todavía rota por la fatiga.
La voz del otro vino atropellada, como una ráfaga de aire que no encuentra una salida ordenada.
—Dios mío, Alejandro… —empezó Sergio—. Se han filtrado unas fotos a la prensa. ¡Es un desastre!
Alejandro se enderezó al instante, la sangre le dio un vuelco. El corazón le palpitó con una violencia nueva: en cuestión de minutos la intimidad podía volverse espectáculo.
—¿Qué fotos? —preguntó, y en la pregunta cabía todo el miedo del mundo: alguna suya con Isabel...
Sergio no hizo pausa