Dos semanas más tarde, Aiko se alegró de que llegara el fin de semana para quedarse en la casa nueva y organizar su habitación. Estaba arrastrando una pequeña silla cuando escuchó un grito detrás de ella.
—¡¿Qué demonios estás haciendo?!
Ella se echó la mano al pecho, se giró y miró boquiabierta al origen de aquel grito. —En serio, Hiroshi, me has asustado.
Pero él no se rió, sino que frunció el ceño y la miró enfadado, como si ella acabara de cometer un crimen.
—¿Qué estás haciendo?- repitió, y Aiko se enderezó, sintiéndose confusa.
—¿Que qué estoy haciendo?
—Estás arrastrando una silla de roble. Estás haciendo un esfuerzo físico innecesario cuando guste inseminada ayer.— Masculló él.
Y ella comprendió lo que ocurría se golpe, aunque le sorprendió la furia que se reflejaba en sus ojos. Ahora que estaba más cerca, se dio cuenta de que no bromeaba y de que no estaba de humor para tonterías. — necesito poner unas cosas encima del armario y no alcanzo...
—Pues te compro un puñeter