CAPÍTULO 67

Pero, a medida que avanzaba por el pasadizo, unas luces se encendían iluminándome el sendero, exactamente como cuando escapábamos de las antiguas mansiones. Pero no, no podía hacerle eso a Danielle. No podía dejarla a merced de ese par de animales, y aunque la vida de Salvatore era todavía más importante, no podía ser esa perra traidora que la dejaba allí a su suerte mientras me salvaba sola, incluso cuando ella accedió a venir conmigo desde Rockford.

Ya había avanzado unos tres metros, y el cargo de conciencia fue más fuerte que los deseos de salir de aquel maldito lugar. Entonces me devolví.

Besé la frente de Hope, que, por fortuna para mí, dormía profundamente en mi pecho, envuelta por el fular, y rápidamente volví a la cocina. Cerré el pasadizo y, con todos los demonios juntos y el dolor rebosando en mi interior, abrí la puerta de la cocina.

El malnacido de Kane estaba frente a Danielle. Ya la había golpeado: ella tenía la boca rota y estaba llorando. Al verla, quise desfallecer.
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