4| Me mudo contigo.

Por alguna razón que Clarissa no logró entender, el hombre, Emanuel, nunca le quiso dar un teléfono para comunicarse con ella.

Las únicas dos veces que la había llamado eran, cada vez, desde un número desconocido, cosa que le extrañó de verdad. 

Se sentó frente a su computadora con el cuaderno entre las piernas y observó cada uno de los detalles que había escrito. 

Eliminó a unos cuantos, y no se pensó mucho en otros tantos, pero cuando llegó a la parte de Gabriel, el boxeador, arrancó la hoja y la leyó detenidamente. 

Era el candidato perfecto, deportista, con una carrera por delante, muy comprometido, responsable y, sobre todo, sexy. 

Pero cuando llegó a la hoja con los pocos apuntes que tenía de Emanuel Aldenar algo le dio en el estómago. 

El hombre era terriblemente sexy, con esa aura de misterio que lo rodeaba todo y que acaparaba toda la atención. 

Gabriel sería el candidato perfecto para que el juez viera que ella ya estaba formando una familia real, pero Emanuel era el hombre perfecto para que Xavier se muriera de la cochina envidia.

Además, la idea de tener que darle un par de besos en público para fortalecer la historia le hizo temblar las rodillas. 

Tomó ambas hojas en cada mano.

La de Gabriel estaba llena de información del hombre.

Y la de Emanuel con apenas dos palabras, y por alguna razón sentía que la del moreno pesaba menos.

Su celular sonó mientras ella miraba las hojas como si en verdad fueran los hombres frente a ella que le gritaban que escogiera a uno de los dos y del susto se cayeron y volaron por el cuarto. 

Era un número desconocido. 

—Hola, preciosa —le dijo Emanuel con su voz grave y su tono confiado —¿Cuándo quieres que empecemos? —Clarissa se aclaró la garganta. 

—Aún no he escogido —le dijo, y sí, le tembló la voz —deja de ser desesperado y confiado, el boxeador tiene muchos puntos. 

—El boxeador no soy yo —le comentó él —soy tu mejor opción, ya te envié al chat toda mi información personal si es tan importante para ti.

Clarissa activó el altavoz y corrió al chat, ahí había un P*F de diez páginas con toda la información y la hoja de vida del hombre.

—Antes no querías decirme ni tu nombre, —le comentó ella —¿y ahora de la noche a la mañana tengo toda la información de tu vida? 

Él se rio, una risa grave y sexi. 

—No es toda mi vida, solo cosas sobre lo profesional que puedo ser, si quieres conocerme mejor habrá tiempo para eso.

Clarissa se mordió el labio y miró la hoja en el suelo con el nombre escrito a mano.

—¿Cuándo comenzamos? —le preguntó de nuevo Emanuel y ella dejó escapar el aire. 

De repente, le entró una extraña sensación de incomodidad.

Si todo salía mal y alguien se enteraba de su plan, esa sería su sentencia de muerte y le quitarían a su hijo, pero si seguía,  así como estaba tenía muy bajas posibilidades.

Volteó a mirar hacia la sala, donde su hijo trataba de enseñarle al gato a traer una pelota mientras el animal lo miraba como si fuera una simple cucaracha y eso le llenó el estómago de una sensación cálida.

«Haré lo que se por él» 

«Sin importar qué me cueste» 

Apretó el celular contra el oído. 

—Está bien —le dijo —comenzaremos mañana.

Emanuel dejó escapar el aliento acompañado de un gemido que le erizó la piel del cuello y luego hizo un chasquido con la lengua. 

—No, comenzamos hoy —y cortó la llamada. 

Maxwell entró a la habitación, cargaba al gato que se había rendido y se dejaba cargar como un bebé. 

—¿Ya tienes un novio?  —le preguntó y Clarissa apartó la mirada de la pantalla del computador para acariciar el cabello del niño. 

—Creo que sí, pero recuerda que nadie puede saber que es un novio de mentiras —le comentó ella y el niño clavó sus ojos claros sobre ella. 

—Tú me dijiste que no se deben decir mentiras.

Clarissa lo tomó de la cadera y lo sentó en sus piernas. 

—No debes, mi vida —le comentó —pero esta es una situación diferente, las mentiras siempre son dañinas, pero esta vez nos ayudará un poco, así podrás quedarte conmigo, a menos que me digas que quieres vivir con tu papá.

El niño negó con vehemencia y se abrazó al cuello de su madre. 

—Yo quiero a papi —dijo él —es muy lindo conmigo, pero no quiero vivir con él, yo quiero estar contigo. 

Los ojos de Clarissa se llenaron de lágrimas. 

—Bien, entonces cuando conozcas a Emanuel, ¿me ayudarás? —le preguntó ella y el niño asintió, dejó que el gato se fuera y se fue ronroneando hacia la cocina. 

—¿Y cuándo lo conoceré? —le preguntó.

Cuando ella abrió la boca para contestar, el timbre de la puerta resonó por toda la casa y Maxwell saltó de sus piernas para correr a mirar. 

Clarissa se puso de pie, y mientras buscaba sus zapatos para andar en casa.

El niño ya había abierto la puerta y ahí estaba Emanuel, con una maleta en el suelo y otra al hombro.

La saludó únicamente con un asentimiento de cabeza. 

—Cariño —le dijo él y Clarissa sintió que le subió calor a la cara —le decía a Maxwell que soy tu novio.

Ella ladeó la cabeza y caminó hacia él para decirle que no tenía que fingir frente al niño, pero él avanzó hacia adentro. 

Tenía un corte de pelo nuevo, muy corto por los lados y arriba bastante bajo.

Se había desecho de la barba y lucía la mandíbula cuadrada despejada.

Clarissa no pudo observar más detalles, ya que el hombre avanzó hasta ella con la maleta al hombro. 

Le dio un casto beso en los labios agarrándola de la cadera y ella se quedó sin habla. 

Los labios cálidos de Emanuel rozaron los suyos con una presión suficiente como para que le temblaran las rodillas e inconscientemente Clarissa respiró su olor, y olía a algo fresco, como a limón. 

—No tienen que fingir frente a mí —dijo el niño que los miraba con una mueca de burla y asco.

Clarissa logró tomar el valor para alejarse de Emanuel y empujarlo, aunque sí que quería quedarse un momento ahí. 

—¿Le contaste la verdad? —le preguntó Emanuel y ella se encogió de hombros —se le puede ir la sopa y eso sería grave. 

—No hables de mí como si no estuviera aquí —le comentó el niño que se cruzó de brazos y Emanuel lo miró. 

—Lo siento, Maxwell —le dijo y se arrodilló para estar a su altura. El niño lo miró con indiferencia —solo espero que nos guardes el secreto. 

—Sé guardar secretos  —le dijo él y Emanuel miró a Clarissa en busca de respuestas, pero ella estaba aún temblorosa. 

—Te dije que era más inteligente que el promedio. 

—Cien puntos más inteligente que el promedio —dijo el niño y Emanuel asintió con la cabeza. 

—Qué bueno, entonces sí disfrutarás mi regalo —le dijo y se volvió hacia la maleta que tenía en el hombro y el niño miró con curiosidad. 

El hombre sacó un libro y se lo tendió, y cuando el pequeño leyó el título los ojos se le iluminaron, miró a su madre con la boca abierta. 

—¿Lo puedo aceptar, mami? —Clarissa tomó el libro de las manos del niño y leyó. 

Cien experimentos científicos para realizar en casa y entender el mundo que te rodea”

Asintió con la cabeza y le devolvió el libro al niño que sonrió con alegría. 

—Te hará falta más que esto para convencerme del todo —le dijo al hombre —pero buen intento.

Emanuel le despeinó el cabello y el niño salió corriendo hacia su habitación. 

Clarissa ya lo imaginaba destruyendo la casa para conseguir los materiales de los experimentos. 

Emanuel se puso de pie y caminó hacia adentro, pero ella se le atravesó. 

—¿Qué? —preguntó él —¿quieres otro beso? —ella lo golpeó en el hombro dos veces y él se defendió con el bolso —¿Qué pasa? 

—¿Cómo que qué pasa? —le preguntó ella —¿Qué haces aquí con esas maletas? 

—Pues me mudo contigo —le comentó él como si fuera la cosa más obvia del mundo —eso lo hará más realista. 

—No, no te mudarás conmigo, apenas somos novios. ¿Y ese look? 

Él se pasó las manos por el corto cabello. 

—Sabía que te gustaría, quería verme diferente. Mejor ven discutimos esto adentro, puedo dormir en el mueble —rodeó a Clarissa y entró en la casa —¿tienes limonada?  

—No te quedarás aquí —le dijo ella apuntándole con el dedo, pero el hombre la ignoró. 

—Mira, tienes gato, eso es muy cliché para una escritora.

Clarissa cerró la puerta de golpe y no pudo evitar relamerse los labios, sabían a que tendría problemas

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