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NARRA BERENICE

—¿Es necesario que me pongas tantas cosas en mi rostro, Farrah? —pregunté sintiendo como sus manos se movían por mis párpados y mejillas reiteradas veces.

—Por supuesto que sí, ya deja de chillar como una niña, verás que el resultado te va a encantar… —respondió mi nueva loca amiga.

Estábamos con Farrah en el convertido cuarto de los padres de Emerson, que era donde estaba quedándome por última vez, porque ya mañana estaríamos de vuelta en el departamento. Félix le había avisado a Rosario que ya estaba arreglado el desperfecto que ocasionó que saliéramos de nuestro hogar prácticamente huyendo. Mentiría si dijera que no iba a extrañar la gran mansión de Emerson, por supuesto que lo haría, extrañaría sus buenos días, sus brazos cálidos que me acogían cuando me escapaba a altas horas de la madrugada y me recibían gustosos, el ir y venir junto a él de la empresa, en fin… lo extrañaría infinitamente a él, solo a él. Pero, no podíamos quedarnos de por vida aquí, sabía que Dan
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