Me pasó la lengua a lo largo del cuello, pegándose a mí y restregando su sexo contra la parte baja de mi vientre. Jadeé con las mejillas rojas y tiré del suave cabello de su nuca, apenas recordando como respirar debidamente para no morir en el momento.
—Desnúdate para mí.
Mi corazón galopó en mi pecho en una carrera infinita. Sebastián me complementaba a la perfección; era seguro de sí mismo, capaz, atrevido, juguetón y demandante.
—¿A- aquí mismo? —mis palabras fueron temblorosas a causa de la mano que acababa de colar bajo mi vestido.
Rió contra mi cuello.
—He reservado esta sala. Nadie pondrá un pie en ella hasta que yo lo ordene.
Dicho esto, me hizo retroceder un paso. Estábamos en una habitación privada, con una mesa llena de platillos y bebidas. Pero apenas habíamos entrado en ella, Sebastián me había sentado sobre sus piernas y nos habíamos olvidado del resto.
Con la puerta a mis espaldas y un atractivo hombre sentando delante de mí, no tuve más remedio que llevar