Los neumáticos de Moserati chillaron cuando Sebastián frenó a un palmo del elevador en el estacionamiento subterráneo. No me había llenado a la Suite de la torre, sino directo al penhouse en el hotel.
Con una furiosa expresión que rayaba la locura, bajó del auto y abrió la puerta de pasajeros. Intentó sacarme.
—¡Déjame! —chillé haciéndome un ovillo en el asiento—. ¡No quiero ir a ningún lado contigo! ¡No así!
Él me apretó la muñeca.
—¿Intentas llamar la atención de todo el personal del hotel? —siseó tirando de mí—. Bien, inténtalo y verás qué pasa. Desafíame.
Zafé mi mano de su agarre y me pegué a la puerta contraria, alejándome lo más posible de él. Estreché mis llorosos ojos a la vez que Sebastián apretaba los dientes con clara rabia.
—¿Crees que tienes derecho a enfadarte conmigo? —repliqué con el labio inferior tembloroso y el vestido a punto de revelar mi ropa interior—. ¡¿Crees que no lo sé?! ¡¿Crees que no sé qué estuviste con Abril anoche?! ¡Y aun así te comportas c