MILA
Maximiliano se acerca al hombre amarrado a la silla, su rostro es una máscara de determinación y control.
— ¿Quién te dio la ruta? —pregunta Maximiliano, su voz baja y firme.
El hombre amarrado a la silla levanta la cabeza y mira a Maximiliano con desafío.
— No te voy a decir nada —dice, su voz firme.
Maximiliano sonríe, una sonrisa fría y calculada.
— Grave error —dice, su voz baja y peligrosa.
Maximiliano coge una herramienta de metal y se acerca al hombre amarrado. Comienza a quitarle las uñas de los dedos, una por una, con una precisión y una calma que me hace sentir un escalofrío.
El hombre amarrado a la silla grita de dolor y angustia, su cuerpo se contorsiona en una agonía insoportable. La sangre comienza a manar de sus dedos, y el olor a metal y a sangre llena el aire.
Maximiliano sigue quitando las uñas, sin mostrar ninguna emoción ni compasión. Su rostro es una máscara de determinación y control, y su voz es baja y firme.
— ¿Quién te dio la ruta? —pregunta de nuevo, su