MILA
La cena romántica que Maximiliano ha organizado para mí es simplemente impresionante.
La mesa está puesta con una precisión milimétrica, con platos de porcelana fina y cubiertos de plata brillante. El mantel es de lino blanco, y las servilletas están dobladas en forma de flores. En el centro de la mesa, un jarrón de cristal contiene un ramo de rosas frescas, cuyo aroma dulce llena el aire.
A un lado de la mesa, una botella de vino tinto descansa en un cubo de hielo, rodeada de velas encendidas que proyectan sombras danzantes en las paredes. La luz suave y cálida de las velas ilumina el rostro de Maximiliano, que se sienta frente a mí con una sonrisa en los labios.
Está vestido con un traje negro impecable, con una camisa blanca y una corbata de seda negra. Su cabello está peinado hacia atrás, y sus ojos brillan con una intensidad que me hace sentir como si estuviera desnuda ante él.
Mientras me siento en mi silla, Maximiliano se levanta y se acerca a mí, con una mirada lasciva en