Gianna desvió la mirada hacia Enzo, que parecía emanar un tanque de furia, y podía jurar que la ojeada que estaba enviando hacia su esposa, estaba cargada de resentimiento y rabia.
—Luke… Déjanos solos…
Gianna observó cómo el chófer de Enzo salió después de asentir con la cabeza y luego percibió cómo la mirada de Enzo se posaba en ella completamente.
Si decía que estaba nerviosa, se quedaba corta, literalmente temblaba de pies a cabeza, mientras intentaba que su rostro no lo demostrara.
Había venido aquí con dudas, no lo podía negar, pero una fuerza dentro de ella que la arrastraba a creerle a este hombre las había aplacado, e incluso anulado su desconfianza con respecto a las palabras que Antonella le había arrojado por la noche.
No había podido dormir de solo pensar, y aunque estaba haciendo todo mal en venir aquí, junto a esta invitación de un hombre que estaba casado, había una necesidad por saber de qué se trataba todo esto, para calmar la angustia que consumía su pecho.
—Gianna…