La oficina de Sandra olía a café recién hecho y a desinfectante suave, una mezcla que solía tranquilizar a Paula.
Hoy no servía para nada.
Estaba sentada en el pequeño sofá gris, encorvada, con los dedos entrelazados sobre su regazo. Por fuera intentaba lucir entera; por dentro, todo se le venía abajo.
Sandra cerró la puerta y se sentó frente a ella.
—Pau… —dijo en voz suave—. Cuéntame.
Paula tragó saliva.
—No quiero sonar dramática. Solo… siento como si me hubieran arrancado algo del pecho.
Sandra le tomó la mano.
—Es normal. Fueron años, Paula.
—Pero ya lo sabía —Paula apretó los labios—. Sabía que él un día regresaría con Carolina. Sabía que nunca fue mío. Sabía que todo fue temporal… pero cuando Andrés dijo “Hyden firmó”, sentí… —sus ojos se nublaron— como si hubiera perdido algo que ni siquiera tenía.
Sandra apretó su mano con más fuerza.
—No estás sola. Estoy aquí. Como siempre.
Paula respiró hondo. No quería llorar. No hoy. No frente a nadie.
Pero el cuerpo empezaba a traiciona