Carolina giraba la copa entre los dedos, mirando el vino que formaba un remolino perfecto. Ese remolino era como su vida en ese momento: hermoso por fuera, pero a punto de tragársela.
Carla estaba sentada frente a ella, relajada, piernas cruzadas, como si aquel encuentro a media mañana fuese lo más normal del mundo.
—Necesitas esto —dijo Carla, llenándole de nuevo la copa—. Te hace bien soltar un poco.
Carolina suspiró, perdida en su propio caos.
—No sé si… estoy haciendo lo correcto —murmuró, sin mirarla.
Carla alzó una ceja.
—¿Otra vez con eso?
Carolina bajó la cabeza.
Por primera vez desde que todo inició, se atrevía a verbalizar la duda:
—A veces pienso que… tal vez debería dejar todo e irme.
Carla dejó la copa sobre la mesa con un golpe seco.
—¿Irte? ¿Renunciar? ¿Después de todo lo que has vivido? ¡Ni lo sueñes!
—Carla, yo… —su voz tembló—. Siento que Hyden… siente algo por ella. Por Paula. No lo quiere aceptar, pero lo sé. Y yo… yo sabía que esto podía