Santiago, ajeno al plan de su hermana, solo la consolaba sin saber de sus maquiavélicas intenciones y con tono tranquilo, le dijo:
—No te preocupes, que a Felipe se le pasará el enojo más adelante.
Sofía, con la voz apagada, le preguntó:
—¿Y cuándo sería eso?
Santiago guardó silencio por un momento. Pues conocía a su amigo mejor que nadie, y sabía muy bien que Felipe nunca perdonaría a su hermana… y mucho menos la dejaría ver a su hijo, especialmente ahora que había logrado recuperarse después de su abandono.
Sofía le lanzó una mirada tan triste que a cualquiera le partiría el corazón al verla así, y le dijo:
—Hermano, solo quiero ver a mi hijo y recompensarlo por todo el tiempo que no estuve con él. ¿Me podrías ayudar con esto, por favor?
Santiago se sintió inquieto ante aquella petición. Por un lado, estaba Felipe, su amigo del alma, casi como un hermano. Y por el otro, su verdadera hermana, a quien amaba profundamente.
Por esa razón, él estaba en un dilema del que no sabía cómo sal