Santiago, que aún no podía creer todo lo que Mariela le había contado, le preguntó con una gran tristeza, evidente en su voz:
—Dime que todo lo que me has dicho es mentira.
Ella respondió:
—Me gustaría que lo fuera, pero es la verdad. ¿Por qué no vas y le preguntas tú mismo a tu hermana? Supongo que, a estas alturas, ya no será capaz de mentirte más sobre este tema.
Santiago le hizo caso y se fue a toda prisa hasta donde estaba su hermana.
Por su parte, Mariela no entendía por qué se había sentido mal por mentirle. Se dijo a sí misma:
Lo siento mucho, no pensé que esto te afectaría tanto.
Sinceramente, ahora se estaba arrepintiendo… pero ya no podía hacer nada. Y como dice el dicho:
¡A lo hecho, pecho!
Sofía, que ya estaba acostada leyendo un libro, vio que su hermano entraba a su habitación sin tocar. Por un momento se sorprendió un poco, pero luego recordó que Mariela ya debía haber hablado con él, y se tranquilizó. Lo miró y le preguntó:
—¿Por qué entras así a mi habitación?
Él fue