El viento agitaba las copas de los árboles mientras caminaban entre los senderos del territorio Varhallow. La brisa traía consigo el aroma fresco de la tierra húmeda y el sonido lejano de los riachuelos que serpenteaban por el bosque. Somali, aunque aún algo fatigada tras días de reposo, mantenía el paso firme. Miraba de reojo a Dorian, estudiando su expresión tranquila, con su postura relajada pero vigilante.
De pronto, el hombre incrustó la mirada en ella.
—Quizás ahora empeore el concepto que tienes de mí —soltó—. Pensarás que soy un monstruo por haber matado a tus compañeros...
—Los monstruos eran ellos —replicó sin dudar—. Pasaron meses asesinándote una y otra vez, y por un momento, llegué a pensar que ya no lo hacían por descubrir la manera de derrotar a los licántropos, sino por mera diversión.
Dorian la miró con las cejas levantadas.
—Creí que estarías de su lado...
—No estoy de su lado. Tú sabes que nunca me ha gustado eso. Pero tampoco estoy del tuyo —aclaró.
Dorian solo son