Zeira estaba de pie junto a la mesa, preparando nuevas infusiones para aliviar la fatiga de la Luna, y Saphira permanecía en silencio al otro lado de la habitación, con los brazos cruzados y el ceño fruncido, en una actitud pensativa. Pero Somali no soportó más ese silencio. Su voz salió ahogada, quebrada, con un nudo de llanto que le oprimía la garganta.
—Zeira... por favor... —suplicó, alzando la vista hacia ella—. Convéncelo. Convéncelo de que cambie de opinión. Dile que no puede hacerme esto, este bebé es lo más importante para mí, por favor, ayúdame.
Zeira se giró hacia ella despacio, con el rostro bañado en compasión y tristeza. Caminó hacia la cama y quería poder tomarla de la mano, pero era arriesgado en su condición.
—Luna... por favor, no me pida eso —articuló—. No es algo que yo pueda hacer. No puedo ir en contra de una decisión que el Alfa ya ha tomado... especialmente cuando esa decisión se basa en el amor que él le tiene a usted.
—¿Pero por qué no? —insistió Somali, con