En medio del campo de batalla manchado por la sangre de decenas de lobos caídos, el rugido de Nolan resonó con fuerza, rasgando el ambiente como un trueno contenido durante siglos.
—¡Somali! —soltó con furia animal—. ¡Ese poder es mío! ¡Me pertenece! ¡Tú no deberías usarlo contra mí! ¡Tú no lo mereces! ¡No sabes lo que llevas dentro! ¡Ni siquiera entendías lo que eras hasta que yo te lo mostré!
Sus ojos estaban desorbitados, llenos de fanatismo. Su pelaje ennegrecido se erizaba como un manto de sombras, y su respiración era frenética, casi desesperada.
—¡Ese no es el uso que debe dársele! ¡Por eso debía ser yo quien se apoderara de él! ¡Porque solo yo sé cómo usarlo de verdad! ¡Recuperaré mi poder, aunque tenga que arrancártelo de las entrañas!
Somali sintió hervir su sangre. Cada palabra que salía de la boca de Nolan era como un veneno antiguo que le quemaba por dentro. Ese maldito lobo quería usar su poder para destruir a Dorian, para aplastarlo, para moldear el mundo a su antojo y