CAPÍTULO 50. Entre víboras y miserias.
Al día siguiente:
Irina, por su parte, estaba un poco más animada, pues con ayuda de María habían conseguido el dinero para ir al hospital y se estaban preparando para hacerlo cuando la puerta fue tocada.
—Ve, niña, que casi termino —le pidió María mientras se arreglaba. Ambas dormían en una misma habitación porque María temía que Randon le hiciera daño a Irina si la dejaba en el antiguo aposento de su hija.
Irina estaba sonriendo cuando abrió la puerta y, gradualmente, su sonrisa se borró. Su rostro se palideció, se quedó de piedra y sintió un calambre en el estómago, como si acabara de tragarse un vaso de amoníaco.
—Al fin te encuentro —Miguel miró el lugar poniendo cara de desagrado. Incluso a ella la miró sintiendo algo de asco por la condición en la que se veía. Ella intentó cerrar la puerta, pero él se lo impidió, abriéndola de golpe y provocando que la soltara.
—Vamos a casa —le dijo mientras ella reculaba y él se le acercaba.
—¿Irina, quién es? —inquirió María desde adentro de