MENTIROSO AMOR
MENTIROSO AMOR
Por: CATA PAEZ
1. CUANDO EL INFIERNO ME ALCANZÓ.

—Prometo que volveré a visitarte —ese niño de ojos hermosos y claros hacía que mis mejillas se tintaran un poco de rojo.

—¿Por qué? ¿Por qué me prometes eso? Solo tiras de mi pelo y me molestas. 

 —Porque si no lo hago yo, ¿quién más lo hará? —Su sonrisa era todo lo que yo podía ver.

Y eso era suficiente para mi. 

—¡Valeska! ¡Valeska! ¡Despierta! —sentí como tiraron de mis brazos con fuerza.

Abrí mis ojos y vi el techo sucio y con moho de mi pequeña habitación. 

—¿Qué… Qué sucede? —pregunte aún dormida. 

—Tu… Jonella. Viene para acá, te lleva llamando media hora y…

La puerta se abrió de golpe y Jonella con sus ojos profundos y fríos, llenos de ira tiró de mi brazo y clavó sus uñas.

—¡Despierta, holgazana!

Hubiese querido gritar, llorar, liberarme o decir algo, pero ya estaba tan acostumbrada al dolor que era imposible que un nuevo ataque por parte de mi madrastra me afectará. 

Baje a la cocina y use el mismo delantal viejo que tenía desde los 10, habían pasado 17 años y un día como hoy, era mi número 18, el día que al fin sería libre, extrañamente Jonella estaba más molesta que  nunca. 

—Valeksa, nosotros hicimos para ti…

Las chicas de la cocina y yo, junto al jardinero no sumamos más que 4 personas, muy pocas para el mantenimiento de una casa tan grande como la que teníamos a cargo, pero desde la muerte de mis padres y que Jonella, mi madrastra quedó a cargo de mi y todo el dinero que mis padres me habían dejado, dinero que poco a poco vi como se iba entre sus manos. 

Un pastel, como cada año ellos que eran como mi familia, preparan un pastel para mi. Este año había deseado algo diferente y entonces el jardinero se sorprendió.

El jardinero encendió las luces del exterior de la casa para poder ver bien de qué se trataba, de pronto un auto hizo que todo dentro de mi se sintiera extrañamente bien. Si la memoria no me fallaba aquel era el auto de mi abuela. Sentí mi corazón acelerarse, pero no estaba segura de nada pues los recuerdos se sentían como lejanas pesadillas que no eran reales.

—Es... Es la señora…

—Es mi abuela. ¡Mi abuela regresó por mí! —grite emocionada y por primera vez no me importo si se despertaban todos o ninguno, solamente quería sentir sus brazos alrededor de mi cuerpo.

No me quité el horrible y grisáceo delantal que llevaba puesto, tampoco solté mi cabello para que se viera menos feo que en ese horrible moño que me obligaban a hacerme y tampoco limpie mis manos, solamente corrí a los brazos de mi abuela.

Cuando los dos autos se detuvieron frente a mi y la vi bajar, las presión de mi pecho hizo que las lagrimas sucumbieran ante el dolor, la alcance y la abrace sin esperar a que me dijera nada, solamente me quedé allí como en otros años donde yo era una niña que se podía refugiar en el cuerpo de su abuela. Y por primera vez me di cuenta que todo mi cuerpo dolía, tal vez porque ya no me sentía tan vulnerable o tan frágil. Sabía que con ella ya nada me podía lastimar.

—Mi niña ¿Que te han hecho?

—Por favor, sácame de aquí. Nada me importa, ni la casa, ni el dinero, solo sácame de aquí abuela —ella intentaba limpiar mis lágrimas pero era un trabajo imposible, pues el líquido se derramaba sin filtro.

Mi abuela me arrastro dentro de la casa, encendió todas las luces y comenzó a llamar a mi madrastra a gritos, Jonella al ver a mi abuela intentó regresar sobre sus pasos, ya era demasiado tarde. Su sorpresa fue tal que se quedó sin palabras y su piel se puso de un horrible color pálido.

—Suegra ¿qué haces aquí? Se supone que llegabas en una semana.

—¿Qué sucede? ¿No te dio tiempo de esconder la mugre bajo la alfombra, querida?

—No se de que hablas.

Entonces mi abuela con algo de brusquedad me tomó de un brazo y me puso al frente.

—Mira —le gritó—. Mira sus manos que ya no son las de una niña de buena familia, mira su pelo que ya no brilla, mira su rostro sucio como el de un sirviente. ¿Qué le hiciste, Jonella? No es sangre de tu sangre, pero mi hijo confío en ti y la dañaste hasta dejarla gris y vacía.

Jonella no decía nada, solo se veía su rostro tensionado y molesto. No había nada que excusara su comportamiento, mi abuela estaba demasiado agitada y poco a poco se fue desvaneciendo a mi lado. Hasta que sus ojos se cerraron.

No podía perder a mi abuela el mismo día que había regresado.

Los gritos de varios en la casa no se hicieron esperar, de pronto los empleados de mi abuela la subieron al auto y yo me uní a ellos, había un chico mayor que yo, de rostro amable que me tranquilizo pues todo el camino hasta el hospital iba llorando y suplicando a los Dioses que un día mi padre me mostró en dibujos antiguos de vikingos que no me la arrebatará porque de lo contrario yo me iría con ella.

—Su abuela está enferma, no puede tener ningún tipo de emociones fuertes o puede ser fatal.

—¿Hace cuanto? —le pregunté al doctor.

—Por la historia clínica y los resultados del examen, ella debe tener al menos un año enferma.

Puse mi cabeza sobre la cama y acaricié su mano con tanta delicadeza como podía, era una clínica privada bastante elegante y yo estaba allí con mi ropa vieja y sin esperanzas.

—Señorita Valeska, puede ir por un café yo haré la guardia —me dijo el chico joven.

—Gracias, pero no tengo dinero —sonreí y volví a poner mi cabeza junto a la mano de mi abuela.

—Tomé —me extendió un billete y una sonrisa.

—¡No, yo no puedo aceptar esto! —Era un acto bondadoso, pero no podía aceptarlo.

—No es mi dinero, si es lo que le preocupa, es de su abuela y estoy seguro que ella quisiera que comiera algo. Por ahora no puede hacer más, vaya, por favor.

El hombre se acercó un poco más a mi y limpio las manchas de mi rostro, eran las cenizas de esa m*****a chimenea, tome el billete sin decir nada y me fui hasta el primer piso, donde había una máquina dispensadora, quería algo caliente y con un sabor diferente a esa amarga sensación de cada comida en la casa de mi tía.

Pero entonces los gritos de dos hombres me asustaron, un hombre alto con sus brazos llenos de tatuajes y corpulento estaba peleando para que lo dejaran ir de allí, contra dos enfermeros que tenían la mitad de su tamaño. El tipo tenía la camiseta llena de sangre y el labio roto, además de una hermosa y perfilada nariz sangrando. Parecía que lo habían atacado. Entonces un hombre igual de alto, pero con el pelo más oscuro y vestido con un impecable traje se le acercó, susurró un par de palabras y finalmente el chico se dejó atender.

Sus ojos verdes penetrantes se fijaron por un momento en mí y parecía que mi cuerpo había dejado de responder por completo, no podía moverme, me dio una sonrisa perfecta y trague grueso, se levantó de la camilla y se acercó a mi.

—Eres tú —dijo y acarició un mechón de pelo que se había escapado de mi moño —Abrí la boca e intente decir muchas cosas, sentía que esos ojos ya los conocía pero no podía decir nada, ¿quién era ese hombre?

—No… No sé de qué habla —dije muy nerviosa y con mi estómago hecho un nudo.

—Eres tú, eres real. Después de todo este tiempo eres real —continuaba sonriendo y acariciando mi pelo.

—Iv… —el hombre parecido al chico ensangrentado pero con traje elegante se acercó—, hermano dejala, estás alucinando otra vez.

—No, mirala. Es ella, la niña de mis sueños —intento tomar mi mano, pero me aleje enseguida, aunque en sus ojos hubo tristeza, yo logré dar dos pasos hacía atrás.

—Lo… siento.

—No me tengas miedo, soy…

Pero un enfermero con cautela y mucha prisa inyectó algo en su brazo y en segundos se desplomó, lo subieron a una camilla y se alejaron de allí. El hombre elegante iba a decirme algo, pero ya había puesto rumbo a la habitación de mi abuela. Sin embarazo esa extraña sensación no se iba de mi cuerpo.

Sentía como las mariposas y los nudos daban vueltas en mi estómago, regresé con mi abuela que aún dormía y me recoste junto a ella. 

—Hija mía, perdóname —las palabras de mi abuela me obligaron a abrir los ojos.

—Abuela, todo está bien, ¿Cómo te sientes?

—Horrible.

—Voy a llamar al médico —le dije corriendo hacia la puerta.

—¡No! Valeska. Me siento horrible porque deje que esa mujer hiciera esto contigo...

—No es tu culpa que ella sea una mala persona.

—Nos iremos de aquí.

—El dinero que me dejaron mis padres...

—Podrás reclamarlo cuando tengas 18 años, si es que queda algo de eso.

—¿De qué hablas? Es imposible que ella...

—Tuve que regresar porque los contadores encargados de mi dinero me enseñaron las cuentas y algo no cuadraba, investigaron y por alguna razón las inversiones de Jonella están conectadas directamente a las mías, según ellos por un mal movimiento que hizo tu padre. Lleva años desviando mi dinero a sus cuentas, lo que me queda es muy poco y solo rezo para que no haya gastado el tuyo igual. Regrese para enfrentarla, pero... mírame, ya soy una vieja enferma.

—Y yo te voy a cuidar, no importa si no tenemos dinero, mientras estemos lejos de aquí, todo estará bien, te lo prometo.

Ese mismo día mi abuela y yo salimos del hospital con rumbo a Dinamarca, para intentar solucionar todo el daño que la bruja de Jonella había causado, no solo en mí, también en las finanzas de mi abuela y muy seguramente sobre el dinero que habían dejado mis padres para mi.

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