Capítulo 247. El juicio del General.
General Augusto Montenegro.
El helicóptero surcó la noche como un halcón oscuro y silencioso. Desde la altura, las luces de la ciudad parecían un campo de estrellas frías e indiferentes. Yo, Augusto Montenegro, las observaba sin verlas. Mi mente era un torbellino de una sola y amarga verdad: había sido un títere.
La imagen de la mansión de los Delacroix reducida a escombros por una orden que yo no di, la voz de Maximiliano acusándome de cruzar líneas que jamás había cruzado, y sobre todo, el registro digital de la traición de Miranda, se repetían una y otra vez.
Mi código, el pilar sobre el que había construido mi vida y mi carrera, había sido profanado. Y yo, el hombre que siempre se jactó de verlo todo, había sido cegado por la supuesta lealtad de un ser venenoso.
El piloto, un hombre leal que solo respondía a mí, aterrizó en un claro a dos kilómetros de la residencia fortificada de Javier Miranda. No era el momento de la sutileza ni de la infiltración. La traición exigía una respue