Capítulo 122. El eco de una ruina.

Adrián Soler

El silencio que quedó tras aquella maldita llamada me estaba ahogando. No era un silencio cualquiera. Era un silencio que me gritaba que todo lo había perdido, que mi mundo se estaba haciendo pedazos delante de todos y que el único que sonreía era él, ese desgraciado.

Mis manos temblaban. El papel con la custodia arrugada todavía estaba en mi puño, pero ya no parecía un documento, ya no parecía nada. Pesaba como un pedazo de basur4. Y, sin embargo, lo sostenía como si aún pudiera salvarme, como si todavía quedara una esperanza en esas letras que ahora ardían en mis dedos.

Maximiliano Delacroix me miraba fijo, con esa calma odiosa, como si todo estuviera escrito, como si yo no hubiera tenido jamás una oportunidad real contra él. Esa sonrisa… esa maldita sonrisa. No había nada peor que verla. Porque no era burla, no era sarcasmo: era satisfacción. El placer de verme hundido.

—Eres un desgraciado —escupí, con la voz rota, apenas un balbuceo entre el dolor y la rabia que me d
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