Capítulo 123. La caída de los Velasco.
Maximiliano Delacroix
Ante mis palabras, Luciana avanzó un paso hacia mí como si quisiera atravesar el aire con la furia de su mirada.
Su mentón levantado, la seguridad impostada en cada gesto, y ese brillo en los ojos que pretendía ser fuerza, pero que yo lo había visto antes en otra parte: era desesperación disfrazada.
—Ya lo haré. Porque mi padre te va a frenar y te pondrá en tu sitio —me espetó, con esa voz cargada de orgullo herido—. No puedes destruirnos a todos.
La miré, tranquilo, sin siquiera inmutarme. Tenía enfrente a la mujer que había crecido, creyéndose intocable, envuelta en lujos y adulaciones, siempre protegida por el apellido Velasco. Ahora estaba allí, frente a mí, intentando usar esa misma carta como última defensa.
No levanté la voz. Ni siquiera arrugué el ceño. Solo dejé escapar un gesto de fastidio, como si estuviera cansado de escuchar el mismo cuento.
—Lamento decirte que tu padre no tendrá tiempo de consolarte —dije despacio, cada palabra pesada como plomo.