59. Infierno

Azucena no deja de caminar de un lado al otro. No puede. Sus nervios están que explotan. Aquí encerrada desde anoche, sin saber de nadie, de nada, apenas puede mantenerse de pie.

Amenazada, no tuvo que otra que buscar los papeles de su esposo, y bajo la vigilancia de los hombres de Ramiro en cada lugar entendió que no tenía manera de salir corriendo sin que una bala le rozara la cabeza. Si esto da la libertad a Rafael, bien, no debe porqué preocuparse. Lo que ahora la tiene con los nervios en punta es el poder total que tiene que firmarle a Ramiro.

Pero este idiota la encerró sin más creyendo que escaparía o usaría un teléfono para llamar a su familia.

No puede gritar tampoco, no hay ventanas en esta habitación. Tan solo un televisor y un baño. Cuando las noticias captan su atención temblando se acerca a subirle volumen. Las esperanzas y el desconsuelo se mezclan con la noticia que tanto esperaba.

Rafael está afuera.

—Gracias a Dios —murmura tomando de las manos. Su esposo está bien.
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