48. Caricias
Azucena está sin palabras. Más que sin palabras está conmocionada. Esa sorpresa que regocija al corazón, roba voz, coloca la mente en blanco, e ilumina cualquier rincón oscuro. Sus lágrimas en los ojos permanecen ahí, quietas y devotas, y esa pequeña sonrisa lastimera y tierna demuestra lo que Rafael Montesinos le acaba de causar. Azucena jadea un poco, mirando el collar.
—Yo no sé…
—No hay necesidad —Rafael besa su mejilla—, quiero que estés conmigo ahora.
Azucena y Rafael caen al suelo con cuidado. Ella coloca la palma en el corazón de su esposo y Rafael observa el hermoso cielo azul. Entre sus brazos, sus palabras, Azucena lo está dejando pasar a su corazón recién herido. Con Rafael el mundo es distinto. Sus palabras de promesas seguidas, sus gestos son tan preciosos como para olvidarlos. Se acurruca más en sus brazos con las caricias de Rafael en su cintura, y cierra los ojos.
—Este lugar es hermoso —Azucena admite, en un hilo de voz. Traza figuras invisibles en el pecho de su mar