Mundo ficciónIniciar sesiónAlice recibió un mensaje de texto de Damián que la dejó helada. —Espero que no me hagas pasar vergüenza, Alice, pues la forma en que llegaste a la mansión habla mucho de ti —ese fue el mensaje que la sacó de sus casillas. Solo bebió un par de tragos por la amargura que estaba sintiendo su corazón por causa de él.
—Espero que mi inteligencia y autocontrol sean suficientes para sobrevivir a la noche —susurró y tomó la decisión de no responder el mensaje de texto.
Horas más tarde, Alice se encontraba frente al espejo de su habitación, observando el resultado del trabajo del diseñador. El vestido era una obra de arte: un diseño de corte sirena en un tono azul profundo, que realzaba su figura y hacía que sus ojos brillaran con un matiz diferente. Llevaba el cabello recogido en un elegante moño bajo, con algunos mechones sueltos enmarcándole el rostro. El maquillaje era sutil, pero resaltaba sus rasgos. Se veía hermosa, innegablemente.
Justo en ese momento, un golpe suave en la puerta la sacó de sus pensamientos. Era Carla.
—Señora Anderson, el señor la espera abajo. Todos los invitados han llegado.
Alice asintió, tomando una profunda respiración. —Gracias, Carla. Ya bajo.
Se miró una última vez en el espejo, y en lugar de la Alice Cooper que conocía, vio a la señora Anderson, una mujer fuerte y resuelta, lista para enfrentar cualquier desafío.
Deslumbró a todos con su presencia, la más hermosa y reluciente mujer bajando las escaleras con elegancia ante la mirada penetrante de Damián Anderson. Sintió nuevamente esa atracción y un impulso por acercarse para extenderle su mano lo inquietó, y justo cuando lo iba a hacer, la secretaria Mariana se le acercó de manera natural, como habitualmente suele hacerlo con la excusa de trabajo.
Sin embargo, Alice al ver esa escena finge una sonrisa de felicidad, aunque por dentro se esté muriendo. Con su mentón alto y una mirada que disimulaba su enojo, se le acercó y lo tomó del brazo ante la mirada de todos y de Mariana, que estaba que mataba y comía del muerto al ver a Alice tan reluciente.
Damián sabe que debe seguirle la cuerda y piensa en lo bien que ella lo está haciendo.
—Pero, señor… debemos hablar del correo que enviaron, es un trabajo importante.
—Ahora no, Mariana, no estamos en horario laboral —deja de mirar a su secretaria para fijar su mirada sobre su esposa, la toma de la cintura con determinación y ese toque provocó en Alice una corriente eléctrica en su cuerpo.
—Vamos a hacer un brindis por mi hijo y su esposa, es una mujer digna de ser una Anderson —dice la madre de Damián y cada uno de los presentes agarra la copa para brindar.
Mariana tensa su mandíbula, se vio obligada a dejarlo ir, con el rostro visiblemente disgustado.
—¡Vaya, alguien está enojada! —bromeó una de las invitadas, con una risita disimulada, mirando de reojo a Mariana—. Al parecer, muchas cosas van a cambiar aquí.
Mariana, a pesar de la tensión en su mandíbula, logró esbozar una sonrisa forzada, casi un desafío.
—Algunas cosas nunca cambian —respondió con un tono dulzón, pero con un brillo de acero en los ojos que solo Alice notó—. Y otras, son las que realmente importan, ¿no creen? Al final soy la mujer, claro, por ser su secretaria, en quien confía plenamente.
—Como soy la señora Anderson, la educación no discute con personas incoherentes.
Damián mira con enojo a su secretaria para que haga silencio y no arruine el momento, no estando su familia en una celebración importante. No obstante, Mariana, luego de haberse quedado en silencio, porque la respuesta de Alice creó un silencio sepulcral, dijo:
—Claro, la señora Anderson —Mariana rodea los ojos como si las palabras de Alice fueran ridículas—Anoche fui a una fiesta, el portero me dijo que estuviste esperándome mucho tiempo abajo… Entonces, ¿a qué viniste? —sonríe maliciosa, provocando una tensión, dejándose llevar por los celos y la ira. Tan solo bastaron esas palabras para congelar el ambiente familiar. Está intentando ocasionar un escándalo para la opinión pública, de las más importantes que ha ido a captar cada momento de la pareja para hacerlo público en los medios y así aplastar a Alice.
—Suficiente, Mariana, cuida tus palabras —la sentencia lanzando una mirada fría sobre ella—. Solo fui a buscar unos documentos —dice para poder calmar la situación, pero aún más la mirada arrogante de su padre, que la primera advertencia que le dio fue que tomara a su esposa en serio.
Mariana muerde la punta de su lengua venenosa para no seguir aumentando el pésimo ambiente que se formó por su culpa.
Alice sabe que debe cumplir con su palabra y para ayudarlo a salir del apuro, del pesado momento que está viviendo Damián, dijo calmadamente: —Ah, con que por eso llegaste tan tarde a cenar anoche —lo mira con ternura.
Su actitud causó impacto en Damián, pero una cólera ardiente en Mariana que quedó en ridículo.
La pareja se dirige a la gran mesa, quienes se ríen por el espectáculo, y llegan a la mesa. Anderson le acomoda la silla a Alice y esta toma asiento, luego él a su lado. Le sorprende que ella haya tomado esa actitud y que de cierta forma le haya ayudado.
Ella esperaba que por lo menos él le diera las gracias, pero nada, simplemente como si nada hubiera pasado.
Los sirvientes se disponen a atender a los invitados, y lo primero que hizo Alice es agarrar su copa de champán y beberla casi a fondo, llamando la atención de Damián, quien no se aguantó y le dijo: —Debes comportarte, Alice.
—¿Yo? —hablan en voz baja con una falsa sonrisa para que no descubran que están discutiendo— Mejor dile a tu secretaria que se comporte, no entiendo por qué ella está aquí, no es de la familia… ah, pero casi lo olvido, es tu amante.
—¿Y cuál es tu problema? Te dejé en claro que no te metas en mi vida privada.
—Entonces a la próxima solucionas tú el hecho de que la secretaria sea una víbora porque si no fuera por mí, tu padre pensaría mal, lo cual… no está mal, así se daría cuenta de la clase de hijo que tiene —bebió el restante que le quedó en la copa.
—Deja de beber —dijo tomándola de la mano y dándole una leve caricia para disimular— No quiero que me hagas pasar vergüenza así como lo hiciste al llegar tan tarde a casa, eres una mujer casada —le habla al oído con enojo, pero su rostro se mantiene sereno.
—Y tú eres un hombre casado y traes a tu amante a la reunión falsa de nuestra boda —le habla desafiante, mirándolo a los ojos, estando a escasos centímetros de sus labios.
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