Alice tuvo que ir a la mansión, regresar al lugar donde su esposo le dejó muy en claro que es donde pertenece, y todo porque no tiene vestimenta ni lo que necesita para mañana, aquella reunión donde cualquier cosa puede pasar.

—¡Señora Anderson! —Carla se acercó y la abrazó, tomándola por sorpresa—. Lamento mucho lo que sucedió con su padre.

—Gracias… —le corresponde el abrazo y luego toma distancia.

—Ay, señora, ¡qué bueno que vino! Las cosas por aquí van de mal en peor —su tono de voz es cargado de nervios.

—¿Del señor Anderson y la amenaza? ¿No le dijo? Quieren hacerle daño a su esposo.

—No entiendo —Alice la mira aterrada—. No me ha dicho nada. ¿Qué sucedió exactamente? —pregunta y Carla muerde su labio inferior por hablar de más.

—Lo mejor es que mi jefe se lo diga, no quiero que luego me dé un regaño por tener la lengua tan suelta, señora Anderson. Le pido disculpas. ¿Desea algo de comer? ¿Qué quiere que haga por usted?

—Yo… —suspira— solo vengo por unas cosas, me quedaré en casa