Damián golpea el escritorio con ambas manos, provocando un fuerte sonido que exalta a Mariana, la cual intenta sostenerle la mirada, como para mantenerse firme en su trabajo.
—Cuida tus palabras, Mariana, el jefe soy yo y si tienen que esperar hasta una maldita hora lo harán, porque yo mando, ¿te queda claro? Mi matrimonio no lo vuelvas a mencionar, porque si estás muy herida porque ya no me interesas, es tu problema. Las puertas están abiertas y te puedes largar.
Ella tensa su mandíbula. El saber que ya no significa nada para él le causa dolor, es un desespero ya no tener su atención, ni sus besos y caricias.
—Si tanto ya no me toleras, ¿por qué no me echas? —Su pregunta hace que Damián calle por segundos—. ¡Búscate a otra secretaria! —Sonríe con amargura—. Te conozco, Damián Anderson, o más bien, señor Anderson, sé que a usted no le conviene echarme de su empresa. Pero si así lo desea, bien pueda, no tengo ningún problema, yo no seré la que pierde.
—¿Me estás amenazando? Te recuerdo