—¡Aliceee! ¡Aliceee!— escucha nuevamente su nombre y no está alucinando, es la voz de su esposo, quien la busca con gran urgencia junto a sus escoltas más especializados. Está desesperado llamándola.
—Damián…— susurra mentalmente, desea poder gritar ¡estoy aquí! pero lamentablemente no puede hablar, solo oye unos pasos que se aproximan y que luego abren la puerta de un portazo, y esta, por lo vieja que está, cae al suelo levantando polvo.
Cuando Anderson ve a Alice en el suelo con el vestido rasgado y el labio sangrando, su corazón se paraliza por segundos. —¡Alice…!— se acerca a ella y el corazón late fuerte, se arrodilla y la toma del rostro —¡Alice, despierta! ¡Háblame!— la mira lleno de angustia y ella no le habla, no abre los ojos, no hay movimientos faciales, pero sí ve sus lágrimas salir —Resiste, por favor— le suplica al tomarle el pulso y solloza aún más.
Damián la carga entre sus brazos. —¡Jefe, en la clínica todo está listo para recibir a la señora Anderson, todo bajo confid