Mundo ficciónIniciar sesiónEl enlace mental de Maeve me corta la respiración como una cuchilla helada.
«Ronan. Necesito que regreses. Ahora.» Barack frena en seco dentro de mí, como si alguien lo hubiese agarrado del cuello. La tierra todavía vibra bajo nuestras patas, pero toda la rabia, toda la necesidad de desangrar a alguien… se disipa en un segundo. Porque ella lo pidió. Liora. Sin pensarlo dos veces, suelto a Artemis y salgo disparado. Mis huesos crujen, mis músculos se encogen, y vuelvo a mi forma humana en un salto, sin detenerme a respirar, sin tomar ropa, sin pensar en nada más que en esa urgencia en la voz de Maeve. Carson grita algo detrás de mí, una broma idiota, seguro. Ni lo escucho. Solo corro. El viento me corta la piel. El bosque pasa a mi alrededor en ráfagas. Mi corazón late como un tambor de guerra. Algo le pasó. Algo cambió. Algo no está bien. Barack gruñe, pero no es ira. Es miedo. Un miedo que no le he visto nunca. Un miedo que no existe en un alfa como él. Un miedo que solo podría tener un lobo que ya eligió a quién proteger… aunque todavía no lo entienda. «Más rápido», ruge. Y yo obedezco. Cuando llego a la clínica, Maeve me espera en la entrada, con los brazos cruzados y la mandíbula tensa. M****a. Eso no es buena señal. —¿Qué pasó? —pregunto sin aliento. —No aquí. —Me toma del brazo y tira de mí hacia adentro—. Ven. El pasillo parece más largo que nunca. Las luces blancas golpean mis ojos. El olor a desinfectante me revuelve el estómago. Cada paso es una piedra en el pecho. Maeve abre la puerta de la habitación de Liora y me deja pasar primero. El aire ahí dentro… es distinto. Más denso. Más frío. Más… cargado. Y entonces la veo. Liora está sentada en la cama, de espaldas a nosotros. Sus hombros tiemblan apenas. Sus dedos están apretados alrededor del cuaderno, el que yo le di. Pero lo que me destruye… lo que me hace olvidar cómo se respira… es que no escribió nada. Rasgó la página. La arrancó. La hizo pedazos. Maeve respira hondo a mi lado. —Intenté hablarle —dice en voz baja—. No reaccionó. Hasta que dije tu nombre. Mi corazón se detiene. —¿El mío? —Sí. Y entonces… —traga saliva— pasó esto. Señala el suelo. Pedazos y pedazos de papel blanco. Rasgados con una obsesividad casi animal. Como si Liora hubiese batallado contra las palabras mismas. Quiero acercarme. Dioses, quiero tocarla, hacerle saber que está a salvo. Pero doy un paso y Barack tira de mí hacia atrás. No por miedo. Por respeto. Ella no es una omega común. Está peleando por mantenerse junta con las uñas. —¿Liora? —mi voz sale más suave de lo que sabía que podía hablar—. Estoy aquí. Sus hombros se tensan. Leve. Pero lo hacen. Maeve me mira como si acabara de confirmar una sospecha muy peligrosa. Y Liora… lentamente… gira la cabeza. Sus ojos turquesa están llenos de algo que no había visto en ella. No terror. No confusión. No rabia. Reconocimiento. No sé de qué clase. No sé qué significa. Pero me mira como si supiera exactamente quién soy. Como si hubiese estado esperándome. Como si una parte de ella hubiese despertado… solo porque yo vine. Barack contiene el aliento dentro de mí. Y por primera vez, me da miedo lo que siento cuando sus ojos encuentran los míos. No porque sea peligroso para mí. Porque podría ser devastador para ella. —Maeve —susurro sin apartar los ojos de Liora—, ¿qué… es lo que pasó realmente? Maeve inspira hondo. Y cuando habla, su voz es un susurro quebrado: —Ronan… Liora recordó algo. Algo grande. Algo que le arrancó el aire del pecho. Mi pulso retumba en mis oídos. —¿Qué recordó? Maeve me mira con una gravedad que me hiela la sangre. —Recordó… por qué la secuestraron. Y Liora, con los dedos temblando, deja caer el último pedazo de papel al suelo. Y escribe una sola palabra en la sábana, con el trazo tembloroso pero firme. Una palabra que me hará arder el mundo entero. “Traición.”






