Mundo ficciónIniciar sesiónNarrado por Ronan
Había pasado una semana desde la noche en que la trajimos.
Siete días de silencio.
Siete días en los que la muerte rondó cada respiración suya, pero no se atrevió a llevársela.
La omega seguía inconsciente.
Su cuerpo apenas respondía, pero su lobo... su lobo no estaba.
Maeve decía que era imposible sentir tanto vacío dentro de un cuerpo que seguía respirando.
Yo iba todos los días.
A la misma hora.
Sin falta.
No decía nada. Solo me quedaba de pie frente al cristal reforzado del laboratorio médico, observando su cuerpo conectado a los monitores.
Cada pitido era un recordatorio de que seguía viva.
Y cada vez que Varak olía su aroma, rugía dentro de mí, impaciente, salvaje.
> “Nos necesita.”
“Está viva.”
“Sufrió demasiado.”
—Cállate —le gruñí en mi mente. Pero ni siquiera yo creía mis propias órdenes.
Aquella noche, Maeve me esperaba con su tableta en la mano y ojeras hasta el alma.
La sala olía a desinfectante y sangre vieja.
—Alfa —comenzó, con esa voz medida que usa cuando sabe que lo que va a decirme no me gustará—. Ya tengo el informe completo.
Asentí, cruzando los brazos sobre el pecho.
—Habla.
Maeve respiró hondo.
—No sé cómo sigue con vida. Le administraron inhibidores de conexión durante meses, tal vez años. Su lobo fue suprimido químicamente. Encontré rastros de acónito en su sangre… en niveles que matarían a cualquier otro.
El rugido de Varak atravesó mi cabeza como una lanza.
“¡La envenenaron!”
Sentí cómo mis venas se tensaban. Mis garras amenazaron con salir.
Maeve se apartó un paso, pero siguió hablando.
—Tiene fracturas mal curadas: costillas, fémur, muñeca. Marcas antiguas de cadenas. Cortes que nunca cicatrizaron bien.
Mi mandíbula crujió.
—¿Quién le hizo eso?
—No lo sé, pero no fue una sola persona. —Maeve apretó los labios, su voz se volvió más baja—. Fue… sistemático. Planeado.
Sus signos de trauma indican abuso constante. Y no solo físico.
El aire en mis pulmones se volvió plomo.
Varak golpeó con tanta fuerza dentro de mí que por un instante sentí que lo perdería.
Mis ojos comenzaron a arder.
No de tristeza.
De furia.
> “Dime dónde están.” rugió Varak. “Dime y los despedazaré.”
—No tenemos nombres, Alfa —continuó Maeve, con un temblor casi imperceptible—. Pero hay rastros de un compuesto que usan en los mercados negros… una droga que fuerza el celo omega incluso cuando el cuerpo no está preparado. Es... inhumano.
Crack.
La pata metálica de la mesa se dobló bajo mi puño.
Maeve no se movió. Sabía que no iba contra ella.
Sabía que era Varak, peleando por salir.
> “Nos la devolvieron rota.”
“La rompieron, Ronan. La rompieron.”
—¿Alguna pista sobre su nombre? —pregunté, la voz ronca, más animal que humana.
Maeve negó con la cabeza.
—No llevaba ningún registro. Ninguna marca de propiedad. Nada. Solo una cicatriz en la cadera… un número grabado a fuego.
Mis garras se deslizaron fuera antes de poder detenerlas.
El olor del ozono llenó la sala.
Maeve dio un paso atrás, pero siguió firme.
—La limpiamos. Está estable, pero no sé qué pasará cuando despierte. Su cuerpo sobrevivió… pero su mente… —Suspiró, agotada—. Su mente está en ruinas, Ronan.
No respondí. No podía.
Porque justo en ese momento, escuché un sonido.
Un gemido bajo.
Un movimiento detrás del cristal.
Giré la cabeza.
Ella se estaba moviendo.
Las máquinas comenzaron a pitar más rápido, el ritmo cardíaco disparado.
Maeve corrió hacia la habitación, yo detrás de ella.
La omega abrió los ojos, el turquesa brillando bajo la luz blanca.
Su respiración era errática.
Miraba a todos lados como un animal acorralado.
—Tranquila —susurró Maeve—, estás a salvo.
Pero no escuchó.
Soltó un grito ahogado, se apartó de un salto, tropezó con los cables y cayó al suelo.
Su cuerpo temblaba, el instinto dominando cada fibra.
Gateó hasta la esquina, buscando refugio… y se metió debajo de la camilla.
Se encogió allí, hecha un ovillo, los ojos abiertos como dos lunas de miedo.
—No… no me toquen… —susurró, la voz quebrada—. No otra vez…
Maeve quiso acercarse, pero le levanté una mano.
—Déjala.
Mi voz fue un gruñido bajo, más dirigido a Varak que a ella.
Él estaba rugiendo tan fuerte dentro de mí que apenas escuchaba mis propios pensamientos.
> “Sácalos. Sácalos todos. No puede tenerles miedo aquí.”
—No está lista —dijo Maeve, en voz baja—. Su mente aún cree que está en cautiverio.
Asentí lentamente, observando ese pequeño cuerpo temblar bajo la cama.
Cada respiración suya era una súplica muda.
Sentí algo que ni siquiera Varak pudo nombrar.
No era deseo.
No era compasión.
Era promesa.
Promesa de que haría arder el mundo si era necesario.
Me giré hacia Maeve.
—Encuentra la forma de borrar todo el acónito de su sangre. No me importa cómo. Y... —mi voz se quebró un poco, apenas audible—, que nadie la toque. Nadie.
—Entendido, Alfa.
Me quedé allí, de pie, observando el temblor de su respiración bajo la camilla.
Su aroma llenaba la habitación, débil, pero real.
Vida.
Sobrevivencia.
Varak se calmó poco a poco, aunque su voz seguía ronca en mi cabeza.
> “Mírala, Ronan.”
“Sí.”
“Ella no está rota. Solo la escondieron del mundo.”
Y mientras el monitor seguía marcando su pulso débil pero constante, supe que esa pequeña chispa sería suficiente para volver a encender la furia del lobo que llevaba años dormido.







