Mundo ficciónIniciar sesiónNarrado por Ronan
La noche olía a hierro.
A sangre, lluvia y gasolina.
Ese aroma que anuncia guerra.
El motor rugía bajo mis manos mientras guiaba el convoy de regreso a Bloodfang, mi territorio, mi maldito refugio.
Entre los árboles, las torres de vigilancia se alzaban como colmillos.
Nada entraba ni salía de allí sin mi permiso.
Ryker venía detrás, conduciendo el vehículo blindado que transportaba a la omega.
Desde el rescate no había pronunciado una palabra.
Pero no necesitaba hablar para saber que estaba despierto, atento, tan cargado de rabia como yo.
El rugido del viento se mezclaba con otro sonido: el de mi propio pulso.
O, más bien, el de Varak, mi lobo, golpeando dentro de mi pecho.
> “No la dejes sola.”
Su voz rasgó mi mente, grave, primitiva, poseída.
“Ella huele… diferente. Huele a nosotros.”
Tragué saliva, apretando el manubrio.
—Cállate —murmuré entre dientes—. No sabes de qué estás hablando.
> “Sí sé. Lo sentiste también.”
Tenía razón. Lo había sentido desde el primer momento.
Desde que la saqué de aquel infierno y sus ojos —aún cerrados, aún llenos de miedo— se clavaron en mi memoria como un disparo.
Cuando las puertas metálicas del complejo se abrieron, la lluvia comenzó a golpear con furia.
El convoy entró, los motores rugieron al detenerse, y el eco metálico retumbó en los muros de acero de Bloodfang.
Mi hogar.
Mi prisión.
—Ryker —ordené, bajando de la moto—. Llévala al laboratorio médico. Nadie se le acerca sin mi permiso.
—Entendido, Alfa.
La voz de mi beta era un muro: sólida, inquebrantable. Pero percibí su duda.
No por mí.
Por ella.
Caminé detrás de ellos mientras descargaban la camilla.
Su cuerpo era apenas un hilo de vida envuelto en mi chaqueta.
La piel, marcada. Los labios, partidos.
Pero lo que más me golpeó fue ese olor.
Fuego, miedo… y algo más.
Algo que me recordaba al bosque antes de la tormenta.
Y entonces, sin aviso, abrió los ojos.
Turquesas.
Brillantes incluso en la penumbra.
Como el reflejo del mar antes del desastre.
El aire se detuvo.
Varak gruñó tan fuerte dentro de mí que tuve que cerrar los puños para no transformarme.
> “Nuestra.”
Ella no me vio. No realmente.
Solo vio amenazas.
Y atacó.
Se incorporó con un grito, arañando el aire, golpeando al primero que intentó tocarla.
Sus movimientos eran torpes, desesperados.
Su cuerpo no le respondía, pero el instinto sí.
—¡No me toquen! —rugió, la voz quebrada, cargada de terror—. ¡No!
Ryker intentó sujetarla sin lastimarla, pero ella lo arañó en la cara.
Vi la sangre brotar de la mejilla de mi beta.
El lobo dentro de mí estalló.
—¡Basta! —gruñí, y el sonido resonó como un trueno.
Ella se congeló.
Solo por un segundo.
Y en ese segundo, nuestros ojos se encontraron.
Turquesa contra dorado.
Luz contra bestia.
No supe si fue miedo o reconocimiento lo que vi en su mirada, pero algo dentro de mí cambió.
Un hilo invisible se tensó entre nosotros.
> “La estás sintiendo.” —susurró Varak, casi satisfecho—. “Como yo.”
No respondí. No podía.
—Alfa. —La voz de Maeve Corvin cortó el silencio. La doctora se acercó con paso firme, su bata empapada de lluvia, el rostro tan sereno como siempre—. Necesito que se aparte.
Asentí.
Maeve era la única en quien confiaba para tratar a los heridos.
Y si había alguien capaz de mantener la calma ante una omega al borde del colapso, era ella.
—Tranquila, pequeña —susurró la doctora, sosteniendo una jeringa—. No voy a hacerte daño. Solo quiero ayudarte.
La omega intentó apartarse, pero Maeve fue rápida.
Un pinchazo en el cuello.
Un suspiro ahogado.
Y su cuerpo se rindió al sueño.
—Lo siento —murmuró Maeve, mientras alisaba el cabello de la chica—. No tenía otra opción. Su mente está en modo de supervivencia.
Me acerqué.
El olor del sedante se mezclaba con el de su piel.
Y algo en mi pecho se apretó.
—Hazle un examen completo —dije, sin apartar la vista de ella—. Quiero saber qué le hicieron. Todo.
Maeve me miró con ese gesto profesional que nunca se quiebra.
—Lo haré, pero prepárese. No va a gustarle lo que encuentre.
—Nunca me gusta lo que encuentro —respondí.
Ryker limpió la sangre de su mejilla con el dorso de la mano.
—Alfa, ¿quieres que active seguridad en el ala médica?
—No. —Mi voz salió más baja, más oscura—. Quiero que nadie se acerque a ella. Nadie. Si alguien cruza esa puerta sin mi orden, no vuelve a cruzarla vivo.
Ryker asintió.
No hizo preguntas.
Sabía que cuando hablaba así, era porque Varak ya había tomado parte del control.
Maeve dio instrucciones a su equipo y se marchó con la camilla.
Me quedé solo en el corredor, observando cómo la puerta metálica se cerraba tras ella.
El silencio me golpeó.
Pero dentro, Varak seguía rugiendo.
> “No la dejes sola.”
“Cállate.”
“Mírala. Mírala, Ronan. Ella no es como las demás.”
La visión de esos ojos turquesas me volvió a la mente.
El modo en que se enfrentó al miedo, intentando luchar aun sin fuerzas.
Había fuego en ella.
Y algo me decía que si sobrevivía, ese fuego podría quemarlo todo.
Respiré hondo.
El olor de su sangre seguía en mis manos.
Y en mucho tiempo, sentí miedo.
No del enemigo.
De lo que esa omega podía despertar en mí.
> “Si alguien la toca…”
“Lo sé.” —respondió Varak con un gruñido satisfecho—. “Los mataremos a todos.”
Y no lo corregí.
Porque, maldita sea, sabía que hablaba en serio.







