Los cachorros se durmieron después de un almuerzo tardío, fatigados y contentos. Los dejamos disfrutando su siesta juntos, tendidos en un apretado montón en la sala de mis habitaciones al cuidado de Briana, que se procuró un libro y se sentó a leer muy tranquila bajo la ventana, como si hubiera nacido para criar lobos.
Kaile se disculpó porque tenía algo que hacer con Fiona, y yo bajé con Aine al nivel principal. Mael seguía reunido con Milo, y aunque moría por compartir con Aine lo que la reina nos dijera, sabía que aún no había llegado el momento.
—Oye, Aine, sé que no tengo derecho a abusar de tu paciencia y pedirte más ayuda…
—Pero es exactamente lo que harás —me interrumpió divertida—. Anda, dilo ya.
—Antes de dejar Reisling, Milo me preguntó si podría poner por escrito lo que aprend