Aquella prolongada conversación dejó agotada a la reina, pero se negó a regresar a la cama.
—Parece consumirme —explicó exasperada—. Una vez que me acuesto, ya no puedo volver a levantarme.
Antes de irnos la ayudamos a recostarse en un cómodo diván en una salita secundaria, frente a los ventanales abiertos como le gustaba. La arropamos con su manta liviana, besamos su frente, Malec le dio un breve abrazo.
—Ven a verme a solas por la tarde si puedes, hija —me dijo, reteniendo mi mano en la suya—. Si no, te espero mañana en la mañana.
—Por supuesto, Majestad —respondí, preguntándome de qué podría tratarse.
—Necesito hablar con Milo —dijo Mael cuando dejábamos sus aposentos.
—Ya lo creo —sonreí—. Si no te molesta, aprovecharé para conocer a los cachorros. Me los ll