Capítulo 2.
Me levanté por mí misma y hablé con claridad. —Alfa, sé que me falta fuerza, que mi linaje es sencillo y mi apariencia humilde, no soy digna de Abel. Así que, me retiro.

Abel quedó visiblemente atónito, luego miró la fecha de ese día y un destello de sorpresa cruzó sus ojos, pero pronto volvieron a la indiferencia helada.

No dijo nada, solo se dio la vuelta y salió apresuradamente del salón.

Sabía exactamente a dónde iba. En ese momento, Sabrina aún no había quedado atrapada en el deslizamiento.

Todo podía cambiar todavía; él iba a salvar a Sabrina.

Me quedé allí, con una amarga sonrisa asomando en mis labios.

Décadas de vínculo de pareja en mi vida pasada no significaron nada. Al tener una segunda oportunidad, Abel solo se preocupaba por Sabrina Vega.

—Alejandra, ¿qué acabas de decir? —La voz del antiguo Alfa resonó desde la plataforma.

Alcé la cabeza para encontrarme con su mirada.

Ese anciano, que me había tratado como a su propia hija, parecía completamente desconcertado.

Mis padres habían sido los guerreros más fuertes de la Manada Luna de Escarcha. No obstante, cuando unos lobos forasteros lanzaron su invasión masiva años atrás, ellos murieron salvando a la familia de Abel. Debido al sentimiento de culpa, el antiguo Alfa me llevó a su casa para criarme como su propia hija. Abel y yo crecimos juntos durante más de diez años, por lo que todos asumían que seríamos compañeros. Pero nadie esperaba que el corazón de Abel le perteneciera a Sabrina Vega.

Tomé una respiración profunda, mi voz sonó tan calmada que me resultó extraña a mí misma. —Alfa, como el corazón de Abel le pertenece a otra, me retiro.

El antiguo Alfa y Luna intercambiaron miradas inseguras.

Recordando la partida decidida de su hijo momentos antes, parecían no saber qué consuelo ofrecer.

Volví en silencio a mi habitación para empacar, preparándome para irme.

Al día siguiente, abrí las redes sociales y encontré mi muro inundado con el anuncio oficial de Abel y Sabrina.

En la foto, Sabrina estaba acurrucada contra el pecho de Abel, su sonrisa era tan radiante como el sol de una primavera temprana. Él la abrazaba fuerte por la cintura, sus ojos rebosaban de ternura.

Deslicé esas publicaciones sin expresión.

Al mediodía, estalló un alboroto abajo.

Me asomé por la ventana, observando a Abel entrelazar íntimamente su brazo con el de Sabrina mientras entraban con arrogancia en la casa de la manada.

Poco después, un acalorado debate resonó desde el estudio.

La voz de Abel era aguda y exigente. —¡Papá! Ya te lo dije, ¡yo elijo a Sabrina!

—¿Por qué Alejandra sigue siendo la capitana del escuadrón de caza?

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