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Si bien no podía llamar a gritos a mi esposo y exigirle que me saludara, sí era capaz de atraer su atención, usando las armas que hasta ese momento no me habían fallado. No lo pensé dos veces, me quité el cinturón y zafé los bajos de mi vestido, quedándome prácticamente desnuda, con las piernas exhibiendo su tono dorado, que terminaba por ocultarse en los delicados zapatos ofrecidos por la casa del astil del agua.

— ¿Majestad? —me interrogó Blehien, muy asustada.

Le sonreí para tranquilizarla y sin darle tiempo a chillar, comencé a escalar la robusta pared. No me detuve, avancé cuidadosamente y con el brío de quien pretende escapar del tedio. Hacía mucho que no escalaba y a pesar de ello, los brazos me respondían perfectamente, al igual que las piernas. Me fijé bien en las piedras que tomaba por apoyo, sin ofender a los guerreros que sobresalían de la pared, al aferrarme a sus rostros. Me sentí viva, como no lo había estado desde hacía mucho y la sangre comenzó a hervirme hasta que a
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