Helena permaneció inmóvil en su sitio.
Esperó a que Russell se moviera, pero él no lo hizo. Ella intentó salir de esa prisión, pero el gruñido lobuno la detuvo.
Quieta, esperó otro rato más. Él por fin hizo un movimiento, pero en lugar de retirarse, se acostó en ella y se acomodó.
―¿Qué está haciendo? ―preguntó Helena.
―Estoy cansado ―respondió Russell con calma.
La cara de Helena se tornó fría por la evidente mentira.
―¿No se supone que estamos entrenando? ―cuestionó ella con dureza.
―Sí, pero me cansé.
Helena cerró los ojos por un momento, para calmar su ira y su lujuria.
―Bájese, es muy pesado, por favor.
Russell no respondió, más bien se restregó en ella. Helena sintió que algo la apuñaló en el vientre. Se dio cuenta de que algo había despertado en él.
Él restregó la cara en el cuello de Helena y aspiró profundo. Gimió de placer. Aquellos oscuros ojos se fijaron en ella. Estaban tan cerca que él frotó su nariz en la de ella.
Helena comprendió que él estaba pidiendo permiso.
Y ell