El sol sigue brillando con fuerza cuando escucho unos pasos acercándose. No le doy importancia al principio, pero entonces una sombra se proyecta sobre mí, bloqueando el sol.
—Disculpa, ¿te gustaría tomar algo con nosotros? —pregunta una voz masculina.
Abro un ojo y me encuentro con un hombre alto, con una sonrisa confiada y un bronceado envidiable. Detrás de él, otros dos tipos están sentados en la arena, con tragos en la mano y miradas expectantes.
—No, gracias —respondo con amabilidad, pero sin quitarme las gafas de sol.
—Vamos, solo un trago. No todos los días se ve a una mujer tan hermosa en la playa.
Ahí está. La clásica frase de coqueteo.
Suspiro internamente. No estoy de humor para socializar, y mucho menos con desconocidos que claramente buscan algo más que una conversación casual.
Antes de que pueda pensar en una excusa, recuerdo algo.
Lentamente, levanto la mano izquierda y dejo que la luz del sol se refleje en el anillo de matrimonio falso.
—Te agradezco, pero mi esposo no