El sonido de las olas y el canto de las aves me despiertan con suavidad. Parpadeo lentamente, disfrutando de la calidez de las sábanas y la tranquilidad que reina en la habitación.
El contraste con la tormenta de anoche es abismal.
Me estiro con pereza, sintiéndome más descansada de lo que esperaba después del desastre nocturno. Entonces me doy cuenta, la cama a mi lado está vacía.
Parpadeo varias veces antes de incorporarme. La almohada de Alejandro sigue ligeramente hundida, y el colchón algo tibio, lo que significa que no se levantó hace mucho, pero la habitación está completamente silenciosa.
Miro a mi alrededor y no hay rastro de él. Ni en el balcón, ni en el sillón, ni en el baño. Frunzo el ceño.
Alejandro Monteverde no es precisamente un madrugador cuando no tiene una agenda apretada. Y, hasta donde sé, no tenía ningún compromiso hoy.
Me levanto con calma y camino descalza hasta la mesa del balcón, donde el servicio de desayuno está servido. Un café humeante, jugo de naranja, p