La puerta se abre antes de que podamos decir algo más, y la masajista regresa con una sonrisa tranquila.
—Ah, no, no, no —dice la mujer, con un tono casi divertido—. No tienen que acostarse aún.
Alejandro y yo nos miramos con confusión al mismo tiempo.
—¿Perdón? —pregunta él, frunciendo el ceño.
La mujer asiente con naturalidad, como si lo que está a punto de decir fuera lo más normal del mundo.
—El masaje en pareja no significa que los masajistas los atienden al mismo tiempo —explica—. Significa que uno de ustedes le da el masaje al otro.
El silencio en la habitación es ensordecedor.
—¿Qué? —decimos los dos al unísono.
La masajista sonríe con calma y hace un gesto con las manos como si estuviera explicando algo obvio.
—Sí, es una actividad íntima diseñada para fortalecer la conexión entre la pareja. Un momento de relajación y cuidado mutuo.
—¿Cuidado mutuo? —repito con incredulidad, sintiendo que la temperatura de la habitación sube de golpe.
Alejandro suelta un suspiro pesado, pasán