Alejandro esboza una sonrisa ladeada, de esas que apenas duran un segundo, pero dejan una marca.—Entonces ya casi me ahogo —susurra, bajando la voz como si lo dijera solo para él, pero yo lo escucho. Lo escucho demasiado bien.No sé quién de los dos da el primer paso. Solo sé que, de pronto, estamos en el centro del patio, moviéndonos como si estuviéramos bailando un vals imaginario. Ni siquiera se escucha bien la música. Solo el murmullo lejano de los demás, el roce de nuestras manos y el sonido torpe de mis pasos al pisarle los pies.—¡Ay! Perdón —Me sobresalto, soltando una risa nerviosa mientras intento retroceder.—No pasa nada —dice él, conteniendo una mueca—. Mis pies están acostumbrados a cosas peores.—No me digas eso que me siento peor —respondo, mordiéndome el labio con una mezcla de vergüenza y risa.—Es que tú no bailas mal —expresa con una seriedad tan exagerada que no sé si burlarme o creerle—. Eres... peligrosa.—¿Para tus pies?—Para mi salud mental —responde sin duda
Me detengo apenas cruzo el umbral, recorriendo el lugar con la mirada. Todo está perfectamente ordenado, impoluto… demasiado. No hay rastros de nadie más. Ni de él, en realidad. Como si esta habitación no le perteneciera del todo.Las paredes son claras, sin cuadros personales, solo un poster de la Fórmula 1 y un par de estanterías con libros y carpetas. Sobre una cómoda descansa un reloj sin pilas, una billetera descosida y un llavero, todo acomodado con una precisión casi quirúrgica. A un costado, tapada por una manta oscura, reconozco una PlayStation vieja, de esas que ya no se fabrican, y un par de joysticks apilados como si llevaran años sin usarse.—¿Así que esta es tu famosa habitación? —pregunto sin mirarlo, caminando lentamente hacia la ventana.—Sí. ¿Te gusta?—Está… bien. Muy tú. Todo en su sitio. Frío, casi sin huellas, como si no quisieras que se note que vivías aquí.Lo escucho reír por lo bajo, detrás de mí. Me doy vuelta y lo veo recostarse contra el marco de la puerta
No sé cuánto tiempo pasa antes de que me atreva a moverme.El cuarto está en silencio, pero no vacío. El aire, espeso y tibio, huele a historia… y a nosotros. A piel agitada, a deseo cumplido, a algo que no sé si estaba destinado a pasar o simplemente explotó porque no podía seguir esperando. La habitación antigua de Alejandro, con sus paredes llenas de recuerdos adolescentes, ahora guarda uno nuevo: el nuestro.Sigo acostada, con las sábanas cubriéndome hasta la cintura. Mis muslos todavía tiemblan . Mi cuerpo no está exactamente cansado, sino suspendido, flotando entre el antes y el qué hacemos ahora, como si una parte de mí se hubiera quedado atrapada en su respiración contra mi cuello, en sus manos firmes, en su boca que parecía conocerme desde siempre.Él está sentado al borde de la cama, de espaldas a mí. Se lleva una mano al cabello, suspira, y ese sonido me arrastra con él. La curva de su espalda, el ángulo de su cuello, la piel que me enloquece... Todo eso estuvo conmigo hace
Necesito aire y agua.Me escabullo hacia la casa con la excusa de ayudar con algo, pero en realidad solo quiero alejarme un momento del jardín, de las miradas cómplices, de los comentarios disfrazados de chistes. Todo me parece demasiado real. O tal vez soy yo, que no sé cómo sostener esta nueva versión de mí, la que se acuesta con Alejandro y se siente diferente después.Camino por el pasillo en silencio, hasta llegar a la cocina. Está medio a oscuras, apenas entra luz por la ventana que da al patio lateral. Hay platos apilados en la mesada, restos de comida en bandejas y un pastel a medio cortar.Abro la alacena y busco un vaso. Necesito agua para bajar el nudo en la garganta y también para que mis manos dejen de temblar. Además, voy a terminar de cortar ese pastel, porque mi cuerpo me está pidiendo algo dulce a gritos.—¿Buscas algo? —dice una voz a mis espaldas.Me doy vuelta de inmediato. Renata está ahí, recargada contra el marco de la puerta, con una copa de vino en la mano y l
«Necesito vacaciones con suma urgencia», pienso mientras realizo mi rutina matutina: ir al baño, cepillarme los dientes, darme una ducha mientras sufro porque la calefacción no funciona, tomar un té de manzanilla con pan y salir corriendo para no llegar tarde al trabajo.Después de dos autobuses y un taxi, siento que mi estrés está por alcanzar su límite. No puedo creer que llevo tres años trabajando en una agencia de viajes y aún no he tenido vacaciones.La rutina en la agencia es agotadora: atender a clientes que buscan organizar sus vacaciones soñadas, resolver problemas de reservas, lidiar con cambios de itinerarios. Todo se ha convertido en una especie de tormento diario. Además, las interminables reuniones y las exigencias de mi jefe, Alejandro, quien siempre parece estar un paso por delante y espera que todos sigamos su ritmo, no ayudan.Finalmente llego a la oficina, justo a tiempo para evitar una reprimenda.—Buenos días —saludo con una sonrisa forzada, ocultando mi falta de
Por la noche hago una videollamada con Claudia, mi mejor amiga, mientras cocino algo de arroz para cenar.—¿¡Cómo que vas a ser la esposa de tu jefe!? —repite Claudia, sus ojos abiertos llenan la pantalla de mi teléfono.—¡Su falsa esposa! —aclaro rápidamente, agitando la cuchara de madera como si pudiera dispersar la sorpresa—. Mira, lo que menos me importa es eso, yo solo quiero vacaciones… Estoy cansada del trabajo y de lo monótona que es mi vida. Además, tampoco va a ser tan difícil, ni siquiera tengo que darle besos ni dormir con él.Claudia ladea la cabeza, con expresión incrédula.—Pero ¿no te parece raro que te haya elegido a ti?—No, me dijo que es porque soy la única soltera y sin hijos de la empresa, y es cierto. También está Elena, la otra soltera, pero ya tiene sesenta años y dudo que quiera presentarle a alguien mayor a sus padres… —replico, revolviendo la comida con la cuchara de madera. Chasqueo la lengua al notar el arroz pegándose al fondo de la olla. El olor a quema
Llego a casa después del día agotador y me dejo caer en el sofá con una taza de té caliente en las manos. Mientras soplo la superficie del líquido para enfriarlo un poco, enciendo la computadora y abro mi cuenta bancaria para verificar el saldo antes de planear las compras que Alejandro sugirió.Cuando veo la cifra en pantalla, casi se me sale el corazón por la boca. Parpadeo, me froto los ojos y miro de nuevo, pero los números siguen ahí. En un acto reflejo, doy un sorbo al té y termino atragantándome. Comienzo a toser mientras intento procesar lo que estoy viendo.—¡¿Qué demonios?! —exclamo, dejando la taza a un lado mientras me llevo una mano al pecho.La transferencia reciente, con el concepto "Fondo para el viaje", ha añadido una suma tan ridícula a mi cuenta que parece irreal. Marco el número de Claudia casi sin pensarlo.—¿Qué pasa ahora, futura esposa de mentira? —me saluda con tono burlón.—¡Clau, me transfirió una fortuna! —le digo, caminando de un lado a otro como si el mov
No pude pegar un ojo en toda la noche, así que, cuando suena el despertador, simplemente lo apago y salto de la cama como si tuviera un resorte en el trasero. Hoy es el gran día, aunque todavía no entiendo cómo es que llegué a esta situación. ¿Realmente está pasando o solo es un sueño? Todo se siente extraño e irreal, como si estuviera flotando en una nebulosa. Viaje de ensueño gratis, vacaciones en una isla paradisíaca, todo a cambio de fingir ser la mujer de mi jefe. No, debo estar alucinando. Pero después de tomar una taza cargada de café, darme una ducha y pellizcarme un poco, me doy cuenta de que está sucediendo. De verdad acepté este trato. ¡Estoy loca!La idea de llamar a Alejandro y echarme atrás aparece en mi mente de una manera tentadora, pero no puedo. Necesito este viaje, el dinero y, para ser sincera, tampoco quiero enfrentar el horror de devolver todo lo que compré ayer. Así que, resignada, pido un taxi y dejo que el destino haga el resto. El conductor me ayuda a guardar