El suelo aún vibraba bajo sus pies cuando el humo de la batalla se disipó. La grieta que Thäel había abierto con su poder seguía viva, respirando como una herida recién abierta en la carne del mundo. Desde lo profundo, se alzaban ecos: susurros en lenguas olvidadas, promesas rotas, y el aliento antiguo del Vórtice que ya comenzaba a filtrarse en la realidad.
—Debemos cerrarla —dijo Ardan, con el rostro cubierto de sudor—. Esta herida... podría expandirse hasta tragarnos.Kael se encontraba al borde del abismo, observando el movimiento de esa energía oscura que danzaba como una criatura hambrienta. Lía estaba de pie junto a Thäel, sujetándolo de los hombros, temblando aún por la fuerza que había visto brotar de su interior.—Él no está listo —murmuró—. Tiene el poder... pero no el control.Thäel se apartó con delicadeza.—No tenemos tiempo. Esa grieta es solo el comienzo. El Vórtice ha tocado la superficie, y si no lo detenemos, todo colap