Lo más incómodo no fue la noticia, ni la pequeña mudanza de bolsas y libros. Lo verdaderamente incómodo fue verlo salir de la ducha, con el agua goteando de su cabello, deslizándose en hilos frágiles por su pecho desnudo y muriendo al borde de la toalla atada en torno a su ingle.
De alguna manera, me sentía a salvo con él en la casa, pero, al mismo tiempo, en peligro… en riesgo de tomar más decisiones equivocadas. Nunca fui buena manejando la lujuria, y a lo largo de mi vida había aprendido —no sin tropiezos— que no era precisamente una buena consejera.
Mi corazón comenzaba a desprenderse de Kael, aunque todavía temía que, al verlo, todo diera un vuelco y los sentimientos regresaran en tropel, dividiendo otra vez mi corazón y mi mente.
—¿Café?
—¿Qué? —contesté aún medio dormida.
—Que si quieres café.
—N... no. Bueno, sí. ¿Cómo puedes tener tanta energía tan temprano?
Darian sonrió, y tuve que esforzarme para reprimir todos los sentimientos cálidos que despertó en mis entrañas. Mi mad