Evelyn
El aire se vuelve espeso mientras avanzamos hacia el norte. El paisaje se transforma, como si cada paso nos alejara del mundo que conocía. A lo lejos, la veo. Una montaña negra se alza como un monstruo dormido, sus picos rasgando el cielo nublado, y por primera vez desde que comenzó esta pesadilla, siento algo distinto.
No sé cómo explicarlo. Es como si la tierra misma me rechazara. La energía cambia, se vuelve más densa, pegajosa, como una sustancia invisible que se me adhiere a la piel y me oprime el pecho. Me cuesta respirar.
—¿Qué es ese lugar? —pregunto con voz baja, sin esperar que la oscuridad me responda.
Pero lo hace.
—Un cementerio de cosas malditas —responde, su voz deslizándose como un susurro viscoso por mi oído.
—Eso no existe —replico, aunque en mi interior sé que en este mundo, ya nada es imposible.
—Existen más cosas de las que tú, niñita ingenua, puedes imaginar —escupe con desdén.
Nos detenemos en una pequeña loma desde donde se ve toda la montaña. La oscurida