Capítulo 104.

Papá bajó detrás de mí. No dijo nada. Solo observó, con el rostro tenso. Me acerqué a la jaula más cercana y me arrodillé. Una mujer, apenas consciente, me miró con los ojos hundidos.

—Tranquila —le dije en voz baja—. Ya pasó.

Le rompí el candado y la ayudé a salir, pero apenas podía sostenerse. Papá hizo lo mismo con las otras. Una niña empezó a llorar en cuanto la levantó. No podía tener más de seis años. La abrazó contra su pecho sin decir nada.

Al fondo del compartimiento, había tres humanos muertos. Uno de ellos tenía una libreta en la mano. Papá la tomó y la guardó sin abrirla.

—Tenemos que sacar a los civiles —dijo en voz baja—. No sabemos si hay más en otra parte del barco.

Asentí, pero mi mirada seguía fija en el suelo. Había marcas de garras por todas partes, como si alguien hubiera intentado escapar rasgando el metal.

—¿Cuánto tiempo crees que los tuvieron aquí?

—Demasiado —respondió mi padre.

En algún lugar de la cueva, el lobo blanco lanzó un gruñido bajo.
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