Edward
La oscuridad era mi única compañera.
El hedor a sangre seca, a hierro y a humedad se había convertido en mi aire.
Gruñía, jadeaba, me arrastraba contra las cadenas como un animal enfermo.
Eso era ahora: un reflejo deformado de lo que alguna vez fui.
Pero, en los pocos momentos de claridad, me lo repetía como un mantra: "Soy Edward. Soy el Beta de Rowan. Mi lobo se llama Anderson."
Cada palabra era un ancla contra la locura, una chispa en medio del pozo en el que Nancy me había encerrado. Si dejaba de recordarlo, si permitía que se borrara, entonces de verdad no quedaría nada de mí.
A veces ni siquiera sabía cuánto tiempo había pasado. Días, meses, años… todo se fundía en un único presente en el que mis músculos temblaban, mi garganta rugía sonidos inhumanos, y una bestia dentro de mí intentaba tomar el control.
Y lo peor era que casi lo lograba. Anderson ya no era esa voz firme en mi mente; apenas un murmullo apagado que se iba desvaneciendo con cada intento fallido de resist