—¡Nate! —grité, persiguiéndolo.
Mi camisa se había empapado con el olor de mi sangre, pero no podía detenerme. No era tan rápida como un hombre lobo, mi cuerpo seguía siendo bastante humano. El dolor también me impedía correr más rápido, sin embargo, lo intentaba. No pude pensar con claridad cuando noté que mi alma gemela me abandonaba y huía hacia el bosque.
¿De qué estaba huyendo exactamente? ¿De mí? ¿De lo que había hecho? Yo no lo culpaba, sabía mejor que nadie que Nathan nunca me haría daño adrede. La realidad era que verlo marcharse dolió mucho más que la marca de sus garras cerca de mis costillas.
Las piernas me pesaban un poco, cada paso se sentía como un suplicio. No era una herida tan profunda, pero sí lo suficiente como para atrofiar mis movimientos. Me sentía mucho más lenta de lo normal, pero no quería detener mis pasos. Algo me decía que si aceptaba que Nathan huyera, me arrepentiría por el resto de mi vida.
La noche era oscura, escuché a lo lejos el ulular de un búho, c